Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

domingo, 16 de febrero de 2014

Dar por perdidos a los parados



En la práctica, a millones de trabajadores estadounidenses se les ha abandonado.




Allá por 1987, mi compañero de Princeton Alan Blinder publicaba un estupendo libro titulado Hard heads, soft hearts. Era, como pueden imaginar, una defensa de una política económica tenaz, pero compasiva. Por desgracia, lo que en realidad hemos conseguido —especialmente de los republicanos, aunque no solo de ellos— ha sido lo contrario. Y es difícil encontrar un mejor ejemplo de la naturaleza despiadada y necia del actual Partido Republicano que lo que sucedió la semana pasada, cuando los republicanos del Senado emplearon una vez más el obstruccionismo para bloquear las ayudas a los parados de larga duración.
¿Qué sabemos del paro de larga duración en Estados Unidos?
Primero, que sigue estando casi más alto que nunca. Históricamente, los parados de larga duración —los que llevan 27 semanas o más sin trabajo— solían representar entre el 10% y el 20% de los parados totales. Hoy la cifra asciende al 35,8%. Pero ahora hemos dejado que prescriba la ampliación de las prestaciones por desempleo, que entró en vigor en 2008. En consecuencia, hay pocos parados de larga duración que estén recibiendo algún tipo de ayuda.
Segundo, si creen que el típico parado estadounidense de larga duración es una de esas personas —de color, con poca formación, etcétera—, se equivocan, según un estudio de Josh Mitchell, del Urban Institute. La mitad de los parados de larga duración son blancos no hispanos. Los titulados universitarios tienen menos probabilidades de quedarse sin trabajo que los trabajadores con menos formación, pero cuando esto sucede, tienen más probabilidades que otros de unirse a las filas de los parados de larga duración. Y los trabajadores de más de 45 años corren un mayor riesgo de pasar mucho tiempo parados.

En un mercado laboral decaído, el paro de larga duración tiende a perpetuarse

Tercero, en un mercado laboral decaído, el paro de larga duración tiende a perpetuarse porque, en la práctica, los empresarios discriminan a los parados. Muchos sospechaban que esto estaba ocurriendo, y el año pasado, Rand Ghayad, de la Universidad Northeastern, nos ofrecía una confirmación espectacular. Envió miles de currículos ficticios en respuesta a distintas ofertas de empleo y descubrió que la probabilidad de que los empresarios respondiesen se reducía drásticamente si el solicitante ficticio llevaba más de seis meses sin trabajar, aunque estuviera más cualificado que otros solicitantes.
Lo que todo esto da a entender es que los parados de larga duración son en su mayoría víctimas de las circunstancias, estadounidenses corrientes que han tenido la mala suerte de quedarse sin trabajo (cosa que le puede suceder a cualquiera) en un momento de extraordinario debilitamiento del mercado laboral, en el que el número de personas que buscan trabajo triplica el número de ofertas de empleo. Una vez que eso ocurre, el propio hecho de que estén desempleadas hace muy difícil que encuentren un nuevo trabajo.
¿Y cómo pueden los políticos justificar la supresión de una pequeña ayuda económica a sus conciudadanos más desafortunados?
Algunos republicanos justificaban el obstruccionismo de la semana pasada recurriendo al manido argumento de que no podemos permitirnos una subida del déficit. En realidad, los demócratas supeditaban la ampliación de las prestaciones a unas medidas destinadas a incrementar los ingresos fiscales. Pero en cualquier caso, esta es una objeción extraña en un momento en el que los déficits federales no solo están bajando, sino que claramente están bajando demasiado deprisa, lo cual está frenando la recuperación económica.
En la mayoría de los casos, sin embargo, los republicanos justifican su rechazo a ayudar a los parados afirmando que la razón por la que tenemos tanto paro de larga duración es que la gente no se esfuerza lo suficiente por encontrar trabajo, y que la ampliación de las prestaciones es uno de los motivos por los que no se hace ese esfuerzo.
Quienes dicen esta clase de cosas —gente como, por ejemplo, el senador Rand Paul— probablemente imaginan que están siendo tenaces y realistas. Lo cierto, sin embargo, es que están defendiendo una fantasía que no concuerda con la realidad. Por ejemplo: si el paro está alto porque la gente no está dispuesta a trabajar, lo que reduciría la oferta de mano de obra, ¿por qué no suben los salarios?

Si el paro está alto porque la gente no está dispuesta a trabajar, ¿por qué no suben los salarios?

Pero es bien sabido que la realidad tiene un sesgo liberal. Cuanto más falla su doctrina económica —recuerden que se suponía que las medidas de la Reserva Federal iban a conducirnos a una inflación descontrolada—, con más fuerza se aferran los conservadores a dicha doctrina. Más de cinco años después de que la crisis financiera sumiese al mundo occidental en lo que cada vez se parece más a una depresión casi permanente, y convirtiese la ortodoxia del libre mercado en un sinsentido, resulta difícil encontrar un republicano destacado que haya cambiado de opinión sobre… bueno, sobre lo que sea.
Y esta impermeabilidad ante la realidad va acompañada de una asombrosa falta de compasión.
Si siguen los debates sobre el paro, se sorprenderán de lo difícil que es encontrar a alguien del bando republicano que dé señales siquiera de una pizca de compasión por los parados de larga duración. El hecho de estar parado se presenta siempre como una opción, algo que solo les sucede a los perdedores que, en el fondo, no quieren trabajar. En efecto, uno tiene a menudo la sensación de que el desprecio por los parados es lo primero, que las supuestas justificaciones de las políticas despiadadas son una racionalización a posteriori.
La consecuencia es que, en la práctica, a millones de estadounidenses se les ha dado por perdidos, rechazados por sus posibles empleadores y abandonados por unos políticos cuya falta de claridad mental solo es comparable a la dureza de sus corazones.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
© New York Times Service 2014.
Traducción de News Clips. 

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