EL PAÍS Y
LOS MERCADOS INTERNACIONALES
La
vocera del Club de París, seca y directa, cortó las expectativas que había
pretendido crear el ministro.
Por ALCADIO OÑA
Sólo en el reino de la fantasía y de
la improvisación era posible esperar una respuesta diferente. La vocera del
Club de París, Clotilde L’Angevin, fue seca y directa y puso las cosas en
el lugar en el que realmente están: dijo que “no ha comenzado negociaciones
formales con la Argentina” y que “es muy pronto para responder la propuesta
argentina”.
Así, barrió con las expectativas creadas por Axel Kicillof el martes en
el sentido de que la organización pudiera decir, al menos, que arrancaba un
proceso de conversaciones, lo cual también era impensable. Y, al revés, regó
combustible sobre expectativas ya dislocadas antes del episodio.
En esa declaración de la vocera y en
la velocidad de su reacción, luce evidente que el Club de París no
quiso quedar pegado y buscó abortar cualquier malentendido. No es suya la
culpa, sino del Gobierno, que había montado una verdadera operación amplificada
por los medios adictos.
Tan es así, que la semana pasada fuentes oficiales ventilaban que este
martes sería anunciado un acuerdo. Ignorancia e imprudencia juntas, operaban
nada menos que con un organismo donde tallan fuerte Estados Unidos, Alemania,
Japón y Gran Bretaña, ninguno muy dispuesto a hacérsela fácil al kirchnerismo.
Venía cantado, entonces, que si todo era un globo de ensayo pensado para
dar vuelta el clima del mercado financiero se pincharía sin siquiera haber
levantado vuelo.
El Club de París nació hace 57 años, justamente con la reestructuración
de una deuda argentina y no es un reducto de bancos privados, sino de países
que buscan recuperar los créditos que les dieron a otros países. Desde
entonces, ha montado una súper estructura burocrática de la que forman parte,
además, el Fondo Monetario y el Banco Mundial y ha renegociado obligaciones con
un centenar de naciones. O sea, no es un conjunto de improvisados.
El problema no está únicamente en el
apuro del Gobierno por dar buenas noticias. El problema es que los costos del
fallido pegan en la economía y, de seguido, en cualquiera que viva aquí, porque no
salen gratis.
Se salvan, desde luego, los especuladores y quienes saben moverse en el
ambiente de la timba. Ayer, en un solo día, hubo una devaluación del peso del
3% que aparentemente se le fue de las manos al Banco Central. Y el blue o el
dólar narcotráfico, como empezó a llamárselo desde las explicaciones de Jorge
Capitanich, pasó limpito la barrera de los 12 pesos.
“¿Es posible que hayan pensado que la negociación con el Club de París
sería como un paseo por los Campos Elíseos?”, dice alguien ducho en estos
entreveros. “¿Tanta es la autoestima y la inexperiencia de Axel Kicillof?”, se
preguntaba otro con cierta saña.
Seguro que autoestima le sobra al ministro de Economía y, según se ve,
inexperiencia también. Nunca antes, Kicillof había tratado con burócratas muy
bien pagos y acostumbrados a cuidar sus espaldas, ni conocía cuáles son allí
los usos y costumbres.
Está claro que el ministro viajó a
París con la venia de la Presidenta, y al parecer con par de intenciones más.
La primera y principal, sacar de la cancha a Hernán Lorenzino:
celos y ambición de poder, más desconfianza de Cristina.
En los tiempos cuando Amado Boudou estaba al frente de Economía,
Lorenzino mantuvo al menos tres reuniones con los directivos del organismo.
Quizás habría sido útil aprovechar esos antecedentes, pero la interna u otras
cosas que sólo algunos actores conocen pudieron más.
Entre las cosas que pudieron más aparece el afán de Kicillof por seguir
copando espacios en el área económica, como sería monopolizar, ahora, el frente
financiero externo y las negociaciones con el Club de París. Aunque esto último
signifique arrancar de cero.
Pero medidos por los efectos
cosechados afuera y aquí, no fueron precisamente felices sus primeros pasos. La
propia reacción del organismo revela que allí no cayeron bien sus aires de
profesor de economía, ni que encima hubiese poco menos que descartado al FMI, un
invitado permanente a las renegociaciones de la deuda.
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