Biología y
tecnología explican el cambio en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
El
envejecimiento de los Castro, la muerte de Chávez y los cambios del mapa
energético, con la caída del precio del petróleo, han propiciado el
acercamiento entre dos viejos enemigos
MOISÉS
NAÍM/ EL PAÍS
Las banderas de EE UU y Cuba cuelgan en un balcón de La Habana esta semana. / RAMÓN ESPINOSA (AP)
Esta semana se ha producido la más profunda transformación en las relaciones entre
Estados Unidos y Cuba en décadas. Lo anunciaron simultáneamente los
presidentes Barack Obama y Raúl Castro. Pero, ¿por qué ahora? ¿Por qué este
cambio histórico —en una política que lleva vigente más de medio siglo— no se
produjo hace tres años, o hace cinco, o por qué no ha esperado otros cinco años
más?
La respuesta corta es que el cambio
ha sido impulsado por una convergencia sorprendente entre la biología y la
tecnología. La primera ha determinado el envejecimiento tanto de los hermanos
Castro y de otros líderes de la revolución, como de sus opositores exiliados en
Florida, y ha alterado los equilibrios políticos dentro del régimen cubano y la
propia política electoral estadounidense. La biología también intervino con el
cáncer que causó la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez. Su
desaparición contribuyó a aumentar el caos institucional que ha hecho de este
país petrolero un benefactor menos seguro para Cuba.
El otro elemento, la tecnología
—especialmente las innovaciones en la extracción de petróleo y gas de
esquisto— ha permitido que Estados Unidos revolucione el mapa
energético mundial, forzando a la baja el precio del petróleo y minando la
capacidad de Venezuela de mantener a flote a un país en bancarrota. Cuba
necesitaba una alternativa económica y, sorprendentemente, ha terminado
encontrándola en su archienemigo, Estados Unidos. Esto dice mucho del
pronóstico que sobre Venezuela tienen los bien informados cubanos, cuando
deciden abandonar a su generoso e incondicional país títere para abrirse a las
inversiones, el comercio y el turismo estadounidenses.
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Estados Unidos promulgó en 1961 el
embargo económico contra Cuba en respuesta a las expropiaciones de empresas y
ciudadanos norteamericanos. La pretensión de derribar el régimen de Castro se
hizo explícita en la Ley Helms-Burton, que endureció
el embargo al someter a la dictadura a sanciones internacionales. No
funcionó. La Ley Helms-Burton no solo no alcanzó sus objetivos sino que,
además, redujo las opciones en política exterior de la Casa Blanca. Tanto el
Gobierno de Bill Clinton como el de Bush vieron obstaculizada su capacidad para
modificar una ley elaborada más en función de estrechos cálculos de la política
interna norteamericana que desde una visión más amplia de los intereses
nacionales de Estados Unidos en el continente. En un artículo publicado en Foreign
Policy (When countries go crazy, 2009) expliqué por qué el embargo
contra Cuba no solo era ineficaz, sino que iba en contra del interés nacional
de Estados Unidos.
Tanto los republicanos como los
demócratas perseguían con ahínco el apoyo del gran contingente de exiliados
cubanos con derecho a voto en el decisivo Estado de Florida. Conseguir los
apoyos necesarios en el Congreso para cambiar o relajar algunas de las
condiciones más duras de la Ley Helms-Burton se convirtió en misión imposible.
A los presidentes les quedaba la
opción de actuar unilateralmente mediante decretos, pero los cálculos
electorales les disuadían de hacerlo. Todo esto ha cambiado recientemente
debido a dos circunstancias políticas: la parálisis persistente en el Congreso
y las últimas elecciones de mitad de mandato, que otorgaron la mayoría a los republicanos tanto en el
Congreso como en el Senado.
Las consecuencias afectarán a Venezuela, a la paz
en Colombia, a la política de EE UU, a los derechos humanos...
Obama se enfrentaba a dos años más de
inacción total, un panorama que le pareció inaceptable. En su último discurso
sobre el estado de la Unión en enero pasado prometió que, si continuaba el
estancamiento en el Congreso, actuaría cuando lo considerase necesario “para
tomar medidas sin el Legislativo”. Desde entonces ha sido fiel a esas
intenciones de avanzar a solas, emprendiendo reformas políticas muy
transformadoras, y enormemente controvertidas. Algunas del año que termina
incluyen la respuesta a la llegada desde México y Centroamérica de menores que
cruzan solos la frontera; la reforma de las políticas de concesión de préstamos
a estudiantes; medidas para contener el cambio climático y la contaminación y
un plan para proteger a casi cinco millones de inmigrantes de la deportación y
permitir a muchos de ellos trabajar legalmente en Estados Unidos.
El cambio de la política hacia Cuba
era un punto más en la lista de cuestiones por resolver antes del final de su
segundo mandato. El miércoles pasado, Obama tachó esa casilla.
La biología tiene su impacto en la
política exterior
La avanzada edad de los hermanos
Castro (Fidel tiene ahora 88 años y Raúl, 83) y el surgimiento del debate sobre
la cada vez más cercana sucesión han contribuido a modificar los cálculos del
régimen. El envejecimiento del exilio cubano en Estados Unidos (cuya media es
de 40 años, comparados con los 27 años del conjunto de la población hispana)
también ha creado condiciones más favorables para un acercamiento entre Estados
Unidos y Cuba.
En Florida este cambio demográfico ha
dado lugar a un nuevo paisaje político. La generación de exiliados cubanos que
se oponía ferozmente a cualquier liberalización de la política respecto a Cuba
se ha visto reemplazada por un nuevo grupo de población de votantes
cubanoamericanos más jóvenes y más dispuestos a explorar nuevas opciones en la
relación entre su antiguo país y su país actual. El cambio de actitud es
evidente, especialmente entre cubanoamericanos de segunda y tercera generación
que llegaron después de 1980 buscando una oportunidad económica más que un
lugar en el que refugiarse de las persecuciones políticas, como había sido el
caso de gran parte de la anterior oleada de inmigrantes.
Raúl Castro (derecha), junto a varios comandantes
cubanos, durante el acto del último aniversario del asalto al cuartel Moncada,
en julio de 2007. / ALEJANDRO ERNESTO (EFE)
Los más jóvenes, que llegaron a EE UU
hace menos tiempo, saben que la arruinada economía cubana necesita
desesperadamente un reajuste. Pocos creen que Cuba vaya a abrirse pronto al
libremercado, ni mucho menos a convertirse en una democracia. Pero el
presidente Raúl Castro ha sido muy explícito en sus críticas al sistema
económico actual, expresando su preferencia por el “modelo chino”, en el que
una economía más abierta coexiste con un sistema político cerrado.
El régimen de Castro lleva mucho
tiempo posponiendo unas reformas que fortalecerían la economía de la isla, pero
que significarían admitir el fracaso de la revolución. Adoptar las mismas
políticas que lleva tanto tiempo denunciando sigue siendo un paso demasiado
grande para muchos miembros de la dirigencia cubana, especialmente para Fidel.
Retrasar la hora de la verdad ha sido
posible gracias al enorme subsidio que Venezuela lleva otorgando a Cuba hace
más de una década. Ese salvavidas está ahora en peligro. De nuevo, ha
intervenido la biología. La muerte del presidente Hugo Chávez a causa de un
cáncer contribuyó a la inestabilidad política de Venezuela. El sucesor que
designó, Nicolás Maduro, se ha mostrado ineficaz a la hora de afrontar los
muchos problemas que aquejan a su país, y se encuentra maniatado por
la lucha de poder entre las diferentes facciones chavistas. El colapso
económico y el caos institucional de Venezuela han empujado al régimen cubano a
buscar alternativas, en previsión de que Caracas no pueda seguir brindándoles
el apoyo del que depende su precaria economía.
Los bajos precios del petróleo
afectan a la política exterior
Esta no sería la primera vez que La
Habana logra cambiar con éxito de benefactor. A principios de la década de
1990, el desmoronamiento de la Unión Soviética desencadenó una brutal crisis
económica en Cuba. El nuevo régimen ruso decidió acabar con el subsidio de
entre 5.000 y 6.000 millones de dólares al año (entre 4.000 y 4.900 millones de
euros) que había mantenido a flote la economía de la isla hasta entonces.
Muchos factores contribuyeron a la desaparición de la Unión Soviética, pero el
fuerte declive de los precios del petróleo entre 1985 y 1991, que supuso una
pérdida de aproximadamente 20.000 millones de dólares al año, representó un
golpe severo a su economía que fortaleció la posición de los reformistas dentro
del Gobierno soviético.
Cuando Rusia dejó de sostener a la
economía cubana, la isla entró en una etapa de austeridad económica extrema
conocida como el periodo especial. Después de un prolongado sufrimiento de la
población, a principios de este siglo el régimen se las apañó hábilmente para
sustituir a su antiguo benefactor por el recién elegido Gobierno de Hugo
Chávez. Cuba recibe unos 100.000 barriles diarios de petróleo venezolano
desde hace casi una década. Si se toma como referencia un precio
medio del crudo de 100 dólares, eso suma más de 36.000 millones de dólares, que
los cubanos han pagado en especie: con entrenadores deportivos, médicos,
servicios de seguridad, instrucción militar y productos agrícolas que cubrirían
solo una mínima parte de lo que Venezuela podría haber ganado si hubiera
vendido ese petróleo en el mercado.
La historia se repite. El impacto de
la caída del precio del crudo en las relaciones internacionales es otra vez
determinante y vuelve a afectar a Cuba. De nuevo, el petróleo limita la
capacidad del benefactor de Cuba para mantener el nivel de apoyo que ha estado
proporcionándole la mayor parte de este siglo. De la misma manera que Cuba
sustituyó a la Unión Soviética por Venezuela, ahora espera sustituir a la
República Bolivariana por remesas, turismo, comercio e inversiones que llegarán
de los Estados Unidos de América, su gran enemigo desde hace años.
¿Y ahora qué?
Será muy difícil que el régimen de
Castro consiga mantener un sistema político fuertemente controlado si permite
más libertad de comunicaciones, viajes, comercio e inversión. Sin embargo, no
es probable que se produzca ni siquiera una apertura política limitada, a no
ser, por supuesto, que de repente el actual régimen implosione. Pero la
dictadura cubana ha resultado ser muy resistente a las presiones políticas y
reprime a los disidentes de manera sistemática, haciendo oídos sordos a las
demandas de que ponga fin a las habituales violaciones de los derechos humanos.
El Gobierno intentará mantener sin duda un control férreo sobre la población, y
sus métodos brutales de represión no desaparecerán. Habrá momentos en que esa
represión se haga incluso más dura, cuando el régimen necesite reafirmar su
poder. Pero la coacción política resulta más fácil cuando el país está cerrado,
aislado y hambriento que cuando está más abierto al mundo. A largo plazo, puede
que el régimen sea vulnerable al impacto de una sociedad más abierta.
Castro y Chávez, durante un partido de béisbol en
Venezuela en 2000. / REUTERS
Muy pronto el Gobierno cubano no
podrá seguir culpando de la bancarrota de la isla a la política estadounidense.
A lo largo y ancho de Latinoamérica, el embargo ha sido una reliquia de las
torpes intervenciones de Estados Unidos en la región. Se convirtió en un
poderoso símbolo que los críticos de Washington ya no van a poder usar tan
fácilmente. Si una relación más cercana entre los dos países es buena para
Cuba, ¿cómo no va a ser buena también para otros Estados, como el gigante
Brasil o la pequeña Bolivia, dos naciones que mantienen relaciones tensas con
Estados Unidos?
Las consecuencias imprevistas de los
cambios políticos serán probablemente tan sorprendentes como variadas. Afectarán
a la política de Venezuela y a las conversaciones de paz entre el Gobierno
colombiano y la guerrilla de las FARC, a la política interna de Estados Unidos
y a la agenda de derechos humanos en la región. Tras el anuncio del
restablecimiento de relaciones entre La Habana y Washington, la organización
Human Rights Watch hizo público un comunicado celebrando “la decisión del
presidente Obama de reformar la política de Estados Unidos ante Cuba y de pedir
al Congreso que levante por fin el fracasado embargo. Es evidente que Estados
Unidos y la comunidad internacional necesitan una actitud nueva que ayude a
poner fin a décadas de abusos del Estado en la isla”.
El senador Marco Rubio (republicano
por Florida) no está de acuerdo. Criticó tanto al presidente Obama por tomar
esta iniciativa como al papa Francisco por el papel que ha tenido el Vaticano
en el proceso para lograr un acuerdo. “Tengo el compromiso de hacer cuanto esté
en mi mano para revertir esos cambios”, declaró.
Las decisiones anunciadas el pasado
miércoles tal vez no sean el final de una era, pero sin duda abren la puerta a
muchas transformaciones históricas.
Traducción: Eva Cruz
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