Panorama
Internacional
Finalizó el boom de los commodities mineros,
energéticos y de alimentos.
En la región algunos no vieron la oportunidad, se
acaba el dinero y comienza a discutirse qué hacer.
Un puñado de obviedades dibuja el
presente de la región desde el año que termina al próximo. La más potente es la
constatación de que se acabó el dinero y comienzan a llegar las facturas. Para
los regímenes de autoproclamada fe progresista el escenario es el peor de los
imaginados. Los detiene en su mayor desamparo. Sin fondos que lluevan
generosamente no se pueden afincar relatos libertarios. Al no existir ya ese
viento que sostuvo la idea de que había siempre y para todos sin necesidad de
generar inversiones de largo plazo, la región se vuelve sobre si misma en un
nuevo paradigma de obligado realismo. El súbito acuerdo cubano norteamericano
es un ejemplo del calado del cambio que se avecina.
Lo que varió es un mundo que tiene otra dinámica de la cual el derrumbe
del precio del petróleo es uno de los síntomas. Según los datos ajustados del
BBVA Research, la región cerrará 2014 con un crecimiento magro de 0,9%. La
expectativa el año próximo es más esperanzadora, pero marcha atada al periodo
que termina, atravesado por una fortísima desaceleración de la demanda interna
y ese entorno internacional con las locomotoras globales como China en marcha
moderada.
El factor que entre 2003 y 2011 ancló un crecimiento promedio de 5% fue
el boom de los commodities mineros, energéticos y alimenticios. Ahora que eso
se terminó, muchas economías regionales se descubren sin haber aprovechado la
oportunidad única de esos años. La ausencia de una diversificación, inversión
en infraestructuras, incremento del ahorro interno o prolijidad en las cuentas
públicas, que durante la plata dulce eran incomodidades en las páginas
interiores de los diarios, se trastocan hoy en la forma de una sentencia
inapelable.
El Mercosur es una de las víctimas de esa desidia. El bloque concluye
2014 con una contracción de 0,5% y un eventual crecimiento vegetativo de 0,4%
en 2015. La razón del traspié es que el Mercosur se explica en más del 90% por
sus mayores socios, Brasil, Venezuela y Argentina. El gigante sudamericano que
este primero de enero inaugura el segundo mandato de Dilma Rousseff casi no
registra crecimiento en 2014, sólo 0,2% según datos proyectados de la CEPAL.
Los otros dos, directamente se tumbarán. Nuestro país encogerá su economía en
al menos 2%. Y Venezuela se reducirá hasta 5%. Pero si el cielo se cayó para
todos la situación no es necesariamente lineal. Si se desagrega la información
se observa que frente al desplome del Mercosur la más flamante Alianza del
Pacífico que une a México, Colombia, Perú y Chile terminará el año con un alza
de 2,8% y una expectativa de casi 4% para 2015. Los números revelarían en
cualquier caso que es mucho lo que se ha hecho mal en una parte de la región y
mejor en otra.
Como la historia no puede modificarse al menos hacia atrás, los vacíos
que muestra la realidad comienzan a llenarse con otro lenguaje y demandas
diferentes de un pragmatismo que no admite contrabalances. Ángel Gurría, el
secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico, OCDE, un foro que reúne 70% de la economía mundial, planteó este mes
en la cumbre iberoamericana de Veracruz el recetario previsible: “A los países
de América Latina les urge echar a andar una nueva ola de reformas
estructurales que les permitan aumentar su productividad, mejorar su competitividad
y construir economías más incluyentes”. Fuera de esos vértices, la necesidad de
hacer algo también la enarbolaron líderes socialdemócratas como la chilena
Michelle Bachelet que sentenció en ese encuentro (del cual se ausentaron los
tres grandes del Mercosur): “vivimos un proceso de crecimiento más bajo del que
teníamos y mucho más bajo del que quisiéramos. Esto implica cambiar”.
El problema es cuando de lo que se trata es de salir de un pantano.
Venezuela por su propia impericia exhibe una situación de descomposición
alarmante, con un rojo de sus cuentas públicas -mayores gastos contra menores
ingresos- de 19,5% del producto, inflación de 70% y desabastecimiento crucial
de productos básicos. Ese desastre es uno de los fundamentos del giro dialoguista
de Cuba hacia EE.UU., porque la isla es dependiente de la economía venezolana.
En el gesto de La Habana hay un diagnóstico que la nomenclatura de Caracas aun
no ve y por lo tanto no procesa.
Es por esa ceguera que la presión de la crisis en Venezuela es proporcional
al cierre policial de su economía y el extrañamiento de su gobierno. Así, su
característica de régimen se acentúa porque no puede evolucionar a un sistema
de poderes balanceado y se pierde en una peligrosa deriva autoritaria. En las
últimas horas el apremiado gobierno de Nicolás Maduro ignoró su propia
Constitución chavista para designar a dedo funcionarios leales en puestos clave
que podían caer en manos de la oposición. Esa deformación preserva los
privilegios en el aparato, y profundiza la corrupción. Sólo un ejemplo alcanza.
El país gasta US$15 mil millones anuales en subsidios a las naftas que se
venden a precios de centavos. Maduro no cambia eso y acaba protegiendo por
indolencia un contrabando de miles de millones de dólares de esos combustibles
protegidos que se negocian en negro a precios de mercado en la vecina
Colombia.
Argentina sigue a Venezuela apenas atrás en los daños autoinfligidos,
con un panorama bastante similar en la proporción entre crisis y controles. De
modo que mientras estos países amplifican su aislamiento real –no el que
disimula la retórica--, los electorados de la región le dan cuerpo al recetario
de Gurría o a la sensatez de Bachelet. En Brasil, la agónica victoria electoral
de Rousseff se tradujo en un nuevo mandato pero cuya continuidad está
impregnada de la demanda pragmática opositora. La ortodoxia del próximo
gabinete de Rousseff haría sonreír a Ángela Merkel, desde el titular de
Hacienda, Joaquim Levy, hasta la nueva ministra de Agricultura, Katia Abreu. No
se equivoca el ex presidente centroderechista Fernando Henrique Cardoso cuando
vaticina que “será difícil que el pueblo no pague el ajuste que se avecina”.
Pero esos cambios se notan también en
países donde la economía funciona como Uruguay, que en las últimas elecciones
premió con la continuidad al Frente Amplio pero en manos del dirigente más
conservador del oficialismo, el médico Tabaré Vázquez. E incluso en otros
modelos bolivarianos como el boliviano y el ecuatoriano, que profundizan en un
camino desarrollista lejos tanto de sus colegas en crisis como de la barricada
que reservan sólo para los discursos y su apetito de perpetuación.
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