Parece que lo de ir
de macho por el mundo tiene como resultado debilitar la economía.
PAUL
KRUGMAN/EL PAÍS
Vladimir Putin, este viernes tras una conferencia de prensa. / GETTY IMAGES ( KONSTANTIN ZAVRAZHIN )
Si son ustedes de esas personas a las
que les impresiona la pose de macho, Vladimir Putin es su tipo. Sin duda
alguna, muchos estadounidenses conservadores parecen sentir un embarazoso enamoramiento
por este arrogante déspota. "Eso es lo que se llama un líder",
afirmaba entusiasmado Rudy Giuliani, el exalcalde de Nueva York, después de que
Putin invadiese Ucrania sin debate ni deliberación previos. Pero Putin nunca ha
tenido los recursos necesarios para respaldar su arrogancia. Rusia tiene una
economía de, aproximadamente, el mismo tamaño que la de Brasil. Y como se está
viendo, es muy vulnerable a la crisis financiera (una vulnerabilidad que tiene
mucho que ver con la naturaleza del régimen de Putin).
Para quien no haya estado al tanto:
el rublo ha estado devaluándose poco a poco desde agosto, cuando Putin envió tropas abiertamente al conflicto de
Ucrania. Sin embargo, hace unas semanas, la devaluación gradual se convirtió en una caída en picado. Las medidas extremas,
como una enorme subida de los tipos de interés y la presión sobre las empresas
privadas para que dejen de acumular dólares, solo han conseguido estabilizar el
rublo muy por debajo de su nivel anterior. Y todo apunta a que la economía rusa
se encamina hacia una recesión que pinta muy mal.
La causa más inmediata de los
problemas rusos es, por supuesto, la gran bajada de los precios del petróleo en
todo el mundo, que, a su vez, es un reflejo de hechos —el aumento de la
producción debida alfracking, la disminución de la demanda de China y
otras economías— que no tienen nada que ver con Putin. Y esto tenía por fuerza
que causar un grave perjuicio a una economía que, como ya he dicho, no tiene
mucho más que el petróleo que el resto del mundo quiere; las sanciones
impuestas a Rusia por el conflicto de Ucrania se han sumado a ese daño.
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Pero las dificultades de Rusia son
desproporcionadas respecto a la magnitud del impacto. Aunque es cierto que el
petróleo ha bajado mucho, el rublo ha caído todavía más, y los daños sufridos
por la economía rusa van mucho más allá del sector del petróleo. ¿Por qué?
La verdad es que no hay ningún
misterio, y de hecho, esto es algo que los aficionados a las historias de
crisis monetarias, como un servidor, ya hemos visto muchas veces: Argentina en
2002, Indonesia en 1998, México en 1995, Chile en 1982 y podríamos seguir con
la lista. La clase de crisis a la que se enfrenta Rusia ahora es lo que sucede
cuando le pasan cosas malas a una economía que se ha vuelto vulnerable por
haber obtenido préstamos a gran escala en el extranjero (concretamente,
préstamos a gran escala obtenidos por el sector privado, con la deuda
denominada en moneda extranjera, no en la moneda del país deudor).
En esas circunstancias, una sacudida
adversa como una disminución de las exportaciones puede conducir a una serie
sucesiva de descensos vertiginosos. Cuando la moneda del país cae en picado,
los balances generales de las empresas nacionales —que tienen activos en rublos
(o pesos o rupias) pero deudas en dólares o en euros— se vienen abajo. Esto, a
su vez, causa daños graves a la economía nacional, lo que socava la confianza y
devalúa la moneda todavía más. Y Rusia tiene todas las papeletas. Salvo por una
cosa. Normalmente, para que un país termine teniendo una gran deuda en moneda
extranjera debe tener grandes déficits comerciales, al utilizar los fondos
prestados para pagar las importaciones. Pero Rusia no tiene déficit comercial.
Al contrario: siempre ha tenido un gran superávit comercial, gracias al elevado
precio del petróleo. Entonces, ¿por qué ha tomado prestado tanto dinero, y
adónde ha ido a parar?
Bueno, se puede responder a la
segunda pregunta dándose una vuelta por el barrio de Mayfair en Londres o (en
menor medida) por el Upper East Side de Manhattan, especialmente por la noche,
y observando las largas filas de residencias de lujo con las luces apagadas
(residencias que son propiedad, sucesivamente, de principitos chinos, jeques de
Oriente Próximo y oligarcas rusos). En esencia, la élite de Rusia ha estado
acumulando activos fuera del país —las propiedades inmobiliarias de lujo son
solo el ejemplo más visible— y la otra cara de esa acumulación ha sido el
aumento de la deuda del país.
¿De dónde saca la élite semejante
cantidad de dinero? La respuesta, por supuesto, es que la Rusia de Putin es una
versión extrema del capitalismo de amiguetes; de hecho, es una cleptocracia en
la que los leales al régimen consiguen apropiarse de sumas inmensas para su uso
personal. Todo parecía sostenible mientras el precio del petróleo era alto.
Pero ahora la burbuja ha estallado y la misma corrupción que sostenía el
régimen de Putin ha puesto a Rusia en apuros.
¿Cómo termina esto? La respuesta
habitual para un país en la situación de Rusia es un programa del Fondo
Monetario Internacional que incluya préstamos de emergencia y paciencia por
parte de los acreedores a cambio de reformas. Es evidente que eso no es lo que
va a pasar en este caso y que Rusia tratará de ir tirando por su cuenta
recurriendo, entre otras cosas, a normas que impidan que el capital escape del
país (un típico ejemplo de "a buenas horas mangas verdes" después de
que el oligarca se haya ido).
Es una decepción en toda regla para
Putin. Y sus arrogantes actos despóticos han contribuido a allanar el camino
hacia el desastre. Un régimen más abierto y dispuesto a rendir cuentas —uno que
no hubiese impresionado tanto a Giuliani— habría sido menos corrupto,
probablemente se habría endeudado menos y habría estado en mejor posición para
sobreponerse a la bajada del precio del petróleo. Parece que lo de ir de macho
tiene como resultado debilitar la economía.
Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de
Princeton y Premio Nobel de Economía en 2008. Traducción de News Clips.
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