Pese a lo que digan
muchos, Estados Unidos no se ha “retirado” de Latinoamérica. Su presencia es
relevante en cuestiones económicas, políticas, asistenciales y militares. Y los
países de la zona no deben confundirse.
RAQUEL MARÍN
Recientemente, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry,
proclamó lo que en los hechos ya resultaba evidente a mediados de la década
pasada: el ocaso de ladoctrina Monroe.Un conjunto de factores
estructurales de diversa índole, de tendencias globales y regionales y de
transformaciones de envergadura en muchos países del continente —incluido, por
supuesto, EE UU— fueron confirmando los límites y los costes de la diplomacia
coercitiva, de la capacidad de Washington de intervenir unilateralmente en los
asuntos internos de América Latina y de lograr, sin consultar a nadie, la
satisfacción de sus principales objetivos en el área.
Quizás de modo un tanto ingenuo, algunos observadores en la región
detectaron en las palabras de Kerry una nueva vocación de aislacionismo de
Estados Unidos respecto a Latinoamérica. Con escasa base empírica, hubo otros
que percibieron que el gesto de Kerry era la constatación de que Estados Unidos
ya se había “ido” de América Latina. La consecuencia natural de esas dos
lecturas fue enseguida una sola: bye bye Monroe, adiós Estados
Unidos.
Probablemente resulte más preciso reconocer que el fin de la doctrina
Monroe no implica el “retiro” o el “olvido” de Estados Unidos con
relación a América Latina. Es posible que resulte útil comenzar a hablar de ladoctrina
Troilo como una suerte de sustituto simbólico a propósito de las
relaciones interamericanas. Aníbal Troilo no fue un político latinoamericano,
sino uno de los más grandes bandoneonistas argentinos. Nocturno a mi
barrio fue una composición suya especial: no solo la escribió en 1968,
sino que fue la única que interpretó en 1972. Su letra viene al caso. En aquel
soberbio tango, Troilo decía: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio.
¿Cuándo? ¿Pero cuándo? Si siempre estoy llegando”. La letra tanguera se puede
usar para discernir cómo, a pesar de las apariencias y de algunos diagnósticos
altisonantes que han ido surgiendo en la propia América Latina, los datos
concretos más recientes muestran que Estados Unidos nunca se “fue” de la
región:hello Troilo.
Por ejemplo, es cierto que el Área de Libre Comercio de las Américas
(ALCA) se desvaneció en 2005 en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata.
Pero Estados Unidos ya suscribió y ratificó el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte con México y Canadá, el Tratado de Libre Comercio con
Centroamérica y República Dominicana y los tratados de comercio bilaterales con
Chile, Colombia, Perú y Panamá. Mientras Mercosur no ha definido una mirada
medianamente consistente hacia el Atlántico ni tiene una perspectiva
consensuada con relación al otro océano que baña las costas de América Latina,
la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, Perú y México) se suma, por interés
propio, a la denominada pivot strategy mediante la cual
Estados Unidos busca afirmar su proyección de poder en Asia, acompañada por
aliados regionales, y rodear a Beijing para limitar la influencia china en la
cuenca del Pacífico. Paralelamente, Estados Unidos continúa siendo, a pesar del
avance de China en América Latina, el principal inversor en México y la cuenca
del Caribe según el último informe de la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL) en la materia. Además de acuerdo a la misma fuente, y a pesar de la
persistente crisis económica interna, “en 2012 las empresas transnacionales de
Estados Unidos fueron responsables del 24%” de la inversión extranjera directa
en América Latina; “un porcentaje mayor que el de los cinco años anteriores”.
En cuanto a políticas contra el narcotráfico, y al margen de que se
cuestione en la región la llamada “guerra contra las drogas”, Washington ha
llevado a cabo el Plan Colombia, la Iniciativa Andina, el Plan Mérida, la
Iniciativa de Seguridad de la Cuenca del Caribe y la Iniciativa de Seguridad
Regional para Centroamérica. La creación en 2009 del Consejo Sudamericano de
Defensa fue trascendental, pero se produjo después de que Estados Unidos
volviera a restablecer en 2008 la IV Flota que había sido disuelta en 1950 y
que ahora tiene como misión principal combatir el crimen organizado
transnacional. Es cierto que en diciembre de 2000 se cerró la infausta Escuela
de las Américas, donde se adiestraron tantos dictadores de la región, pero el
total de latinoamericanos entrenados en Estados Unidos entre 1999 y 2011 fue,
según el sitio web Just the Facts (www.justf.org) de 195.807 —superior a
algunas de las décadas de mayor contacto intramilitar en el continente—. A ello
hay que sumar la consolidación de bases en Centroamérica y el Caribe y la
ampliación de facilidades militares, como el despliegue de radares y el aumento
de operaciones contra las drogas, en esa zona próxima que Washington considera
su “tercera frontera”.
Por más diversificación de la asistencia que han buscado los Estados
latinoamericanos, la ayuda total a la región de Estados Unidos sigue
destacándose sobre el resto de países: 17.317 millones de dólares para el
periodo 2009-2014. La asistencia militar y policial de Estados Unidos a América
Latina, 6.821 millones de dólares entre 2009-2014, supera la cantidad brindada
por cualquier otra nación extrarregional. Si bien la región apuntó a tener
fuentes distintas en cuanto a la provisión de armamentos, el total de ventas de
armas de EE UU a Latinoamérica fue de 11.191 millones de dólares entre 2006 y 2011.
Aunque Estados Unidos se replegó de Ecuador al finiquitarse su uso de la base
de Manta y no logró que fuese constitucional el acuerdo con Colombia para usar
siete bases militares de ese país, Washington logró sellar dos compromisos con
Brasilia —el acuerdo de cooperación en defensa de abril de 2010 y el acuerdo de
seguridad en información militar de noviembre de ese mismo año— e iniciar la
readecuación de un acuerdo de cooperación en defensa con Perú de 1952.
Corresponde aclarar asimismo que según el Stockholm International Peace
Research Institute, EE UU es el segundo proveedor de armamentos de Brasil
después de Francia y antes de Alemania y Suecia.
En todo momento
del año hay hasta 4.000 efectivos militares desplegados a lo largo y ancho de
la región
En buena parte de la opinión pública y política persiste la idea de que
la cuestión de los drones (vehículos aéreos no tripulados) y de las fuerzas de
operaciones especiales se manifiesta fuera de la región; en especial, en Asia
Central, Próximo Oriente y el norte de África. Sin embargo, los drones operan
en los límites entre Estados Unidos y México y ya hay ensayos con dichos
vehículos para interceptar cargamentos de drogas en el Caribe, al mismo tiempo
que, según una nota del The Washington Post de julio de este
año, los militares estadounidenses han empleado drones, los llamados ScanEagles, en
Colombia. Por su parte, las Special Operations Command South, en el marco del
Comando Sur con sede en Miami, vienen desarrollando ejercicios con varias
fuerzas armadas de la región y el Air Force Special Operations Command ha
estado activo en América Central desde 2009.
Cabe destacar que en el último año
ha surgido un interés de las firmas constructoras de drones en Estados Unidos
para desplazar a Israel como principal proveedor de los mismos, mientras que el
almirante William McRaven, al frente del Special Operations Command, indicó en
2012 la voluntad del Pentágono de expandir el rol de las fuerzas de operaciones
especiales en América Latina, a pesar de no ser esta un área desde donde se
ponga en jaque la seguridad nacional de Estados Unidos. Las afirmaciones de
McRaven coinciden con lo expresado a principios de este año por el general Sean
Mulholland del US Special Command South. Hay que añadir que, según una nota de
comienzo de 2013 de Associated Press, en todo momento del año hay hasta 4.000
efectivos militares de Estados Unidos desplegados a lo largo y ancho de América
Latina.
En síntesis, Estados Unidos no ha sido pasivo ni irrelevante en materia
de relaciones interamericanas, ya sea en lo económico, en lo político, en lo
asistencial y en lo militar. Nunca se “fue” de la región: está ahí. Ladoctrina
Monroe perdió vigencia, pero eso no significa que Estados Unidos se
haya retirado de América Latina. En realidad, Washington siempre está
“llegando” a la región: bye bye Monroe, hello Troilo.
El gran desafío para la región es saber cómo manejar esas relaciones y
cómo avanzar en la autonomía internacional de América Latina, salvaguardando
los intereses nacionales de cada país. La región se equivoca si confunde el
reconocimiento de parte de Estados Unidos de nuevas realidades mundiales y
continentales con inactividad por parte de Washington respecto a la región. El
error podría ser mayúsculo si no se entiende que es imperativo para
Latinoamérica desagregar temas y discernir coyunturas en sus relaciones con
Estados Unidos: al final del día ese país es, simultáneamente, proveedor de
orden y desorden en el continente.
Juan Gabriel Tokatlian es director del Departamento de
Ciencia Política y Estudios Internacionales de UTDT.
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