La megaoperación
que este viernes estrechó el cerco en torno al ex presidente hizo aún más
evidente el distanciamiento social.
ANDRÉ OLIVEIRA/EL
PAÍS
Una botarga de Lula como preso tras su detención esta mañana. UESLEI MARCELINO REUTERS
“Lula, el más honesto y honrado de este país”, rezaba un cartel enfrente
de la casa de São Paulo del ex presidente de Brasil. “Lula en prisión, gracias
a Dios”, decía una pancarta en la ciudad de Curitiba, al sur del país. La
megaoperación que este viernes estrechó el cerco en torno al ex presidente Luiz
Inácio Lula da Silva y su familia hizo aún más evidente el distanciamiento entre dos polos
opuestos de la sociedad brasileña: quienes apoyan al ex presidente, por una
parte, y los protagonistas de las manifestaciones que acusan a Lula de corrupto
y defienden la destitución de su heredera Dilma Rousseff, por otro.
En Brasilia, la capital política del país, dos coches pasaban dando bocinazos la mañana del viernes enfrente del Palacio de Planalto, sede del Gobierno. "¡Se acabó el PT!", gritaban los conductores. En otros sitios, la polarización llegó a las manos. Durante la mañana del viernes, grupos de un lado y del otro se concentraron frente a la casa de Lula en São Paulo y acabaron intercambiando insultos, empujones y provocaciones. Varias personas resultaron heridas y la policía tuvo que intervenir dispersando los encontronazos con spray de pimienta.
El aeropuerto de Congonhas, en la zona sur de São Paulo, se transformó también en un campo de batalla tras confirmarse que el ex presidente declararía en las dependencias de la Policía Federal, dentro de la terminal. Los contrarios al Partido de los Trabajadores (PT) eran mayoría y celebraban la toma de declaración de Lula como si fuera una final de fútbol, con gritos como “Eh, PT, vete a tomar por culo”, “Fuera comunismo” y “Nuestra bandera nunca será roja”, en referencia al color de la enseña del PT. El grupo de los defensores del ex presidente veía la operación policial como un “golpe”. “Es una detención política”, afirmó uno de ellos. Con el paso del tiempo los ánimos se incendiaron y el alboroto obligó a la Policía Militar, una vez más, a intervenir. Los agentes tuvieron que montar un cordón policial para evitar una guerra entre las dos hinchadas.
La escena tomó por sorpresa a los pasajeros que desembarcaban en el aeropuerto. Había helicópteros de la prensa, muñecos hinchables, que representan al ex presidente vestido de presidiario, y hasta fuegos artificiales. Renato Oliveira, de 28 años, era uno de los que pasaba por allí. Olivera asegura que toda su familia votó a Lula en 2002, pero que está decepcionado con la corrupción. “El [programa social] Bolsa Familia fue solo una forma de robar. No creo en los datos de la ONU que muestran que Brasil ha salido del mapa del hambre”. Para Oliveira, en este momento no se puede confiar en ningún órgano oficial o de la prensa. “Solo confío en [Sérgio] Moro”, dijo en referencia al juez federal que dirige los procesos judiciales de la operación Lava Jato erigido como símbolo de la lucha contra el Partido de los Trabajadores (PT).
Cuando Lula acabó de declarar ante la policía, el ex ministro de Deportes de los Gobiernos de Lula y Rousseff, Orlando Silva, se dirigió a los simpatizantes del ex mandatario en São Paulo y exaltó los ánimos: “Es un día histórico. El presidente Lula, el mayor líder popular de la historia de Brasil, el que eligió a la primera mujer presidenta de la República, ha sufrido un ataque vil, un ataque bajo. Un complot. Que no piensen que nos vamos a quedar callados ante esta violencia. A partir de hoy, en todo Brasil, vamos a levantar a nuestro pueblo para decir no al golpe”.
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