Hollande no ha
logrado conectar con la realidad ni establecer una auténtica relación de
confianza con los ciudadanos. La gran ironía es que el castigo a los
socialistas procede del electorado popular y de izquierdas.
La segunda ronda de las elecciones municipales del domingo 30 de marzo
ha confirmado los resultados de la primera ronda del 23 de marzo. Es una
catástrofe dolorosa para el Partido Socialista. Se pueden extraer varias
lecciones de esta votación. Sociológicamente, la mayoría de los jóvenes (dentro
de la categoría de edad que comprende entre los 18 y los 30 años), gran parte
del electorado popular (asalariados y la clase obrera) y la clase media, o bien
se han abstenido de forma masiva o bien han votado contra el Partido
Socialista. El conjunto de abstenciones gira en torno al 37%, algo que no se
había visto jamás en una elección local, no nacional, en la que la proximidad
con el candidato electo tiene en general una influencia mayor que las
afiliaciones ideológicas. Es inconcebible que todos los alcaldes y consejeros
municipales que han perdido se lleven comportando mal desde hace cinco años; en
realidad, son las decisiones del Gobierno y de François Hollande las que han
sido sancionadas.
Varios motivos explican esta derrota. En primer lugar, François
Hollande, quien había sido elegido por defecto en 2012 tras la
autodefenestración de Dominique Strauss-Kahn, no ha logrado establecer una
auténtica relación de confianza con el pueblo francés. Falta de
profesionalidad, gobierno cacofónico, asuntos escandalosos (corrupción del que
fuera ministro de Hacienda, Jérôme Cahuzac, errores tácticos en cuanto al modo
de gestionar las cuestiones de la sociedad, entre otras, el matrimonio gay...),
se le reprochan todas estas reclamaciones, a veces de forma infundada, lo que
ha socavado su autoridad moral. Muchos, y sobre todo la derecha tradicional, no
han dejado escapar la oportunidad de utilizar estos temas durante la campaña
electoral, que se ha desarrollado con el desempleo masivo, el bajo nivel de
vida, la deflación salarial y la precariedad social como telón de fondo.
La gran vencedora de las elecciones es la derecha
conservadora, a pesar de sus carencias y problemas
A todo esto se añade la desconexión con la realidad. Desde hace cerca de
dos años, mientras el país se halla en situación de insurrección latente, el
Gobierno da la impresión de no oír los gritos populares, de no analizar las
advertencias sindicales, creyendo siempre lograr, al final, la aceptación de
decisiones económicas y sociales no explicadas a los franceses, que contradicen
de forma violenta las promesas electorales. Desde luego, los problemas son
profundos, la adaptación de la economía francesa a la mundialización es
dolorosa, pero François Hollande gobierna de manera táctica, sin visión de
conjunto, siempre con la creencia de que podrá esquivar el peligro. Helo aquí,
víctima de sus propias contorsiones y de un fuerte rechazo de la opinión
pública (menos del 20% de índice de aprobación). Sin duda no merece tanta
severidad, pero el resultado está ahí.
La gran vencedora de las elecciones es la derecha conservadora. La UMP
cosecha los frutos del descontento y disfruta de la fuerte movilización de su
electorado frente a la desmovilización del electorado de la izquierda. El
ascenso del Frente Nacional como tercera fuerza política en Francia es desde
luego muy importante, pero la UMP ha sabido resistir. El ex primer ministro
gaullista Alain Juppé, que fue elegido en Burdeos desde la primera ronda,
trabaja a la espera de este plazo.
La victoria de la derecha es aún más profunda al producirse en un
contexto desfavorable para ella. No tiene una dirección que sea reconocida por
todos (batalla mortal entre los líderes) ni programa de Gobierno. Sin embargo,
se beneficia del rechazo de la política del Partido Socialista y, sobre todo,
ha sabido desarticular la trampa en la que François Mitterrand la había
encerrado desde 1986: apoyar durante la segunda ronda al candidato republicano
frente al Frente Nacional o ser acusada de renegar de los valores republicanos.
En respuesta a esto, Nicolas Sarkozy había inventado en 2011 la estrategia del
“ni, ni”, es decir, el rechazo de elegir entre la izquierda y la extrema
derecha al tiempo que retomaba una amplia parte del discurso del Frente
Nacional, sobre todo en cuanto a inmigración y al reconocimiento de los
derechos de los homosexuales.
Es esta contraestrategia la que definitivamente ha ganado este domingo.
A lo que hay que añadir la evolución de la imagen y del discurso del Frente
Nacional bajo la dirección de Marine Le Pen, quien ha limado hábilmente las
asperezas más importantes, rancias y xenófobas, de la ideología de la extrema
derecha. ¿Qué hará la derecha tradicional con esta victoria? Iniciará una
guerra de posiciones a la espera de las presidenciales. Empujará hacia una
mayor liberalización económica y tratará de yugular al FN y de solucionar su
problema de liderazgo.
Por último, la victoria del Frente Nacional: la implantación de este
partido es ya profunda en el país. Se ha convertido en la tercera fuerza
política, después de la UMP y del PS. Ha conquistado grandes ciudades: Béziers,
Fréjus, Hénin-Beaumont y el 7º sector de Marsella que comprende ¡150.000
habitantes! En resumen, 12 ciudades medias y alrededor de 1.200 consejeros
municipales en el país, todo ello convirtiéndose en árbitro en centenares de
consejos municipales. Es una victoria indiscutible.
Su retórica estaba centrada en la inseguridad y la inmigración; Marine
Le Pen ha añadido, después de dos años, la denuncia del paro, de la destrucción
de servicios públicos, de la violación de la soberanía nacional por parte de la
Comisión de Bruselas y de la crítica mordaz de la mundialización liberal. Esta
evolución del FN se corresponde con una tendencia profunda e ineludible. La
victoria del candidato de la extrema derecha en Hénin-Beaumont en la primera
ronda, ciudad minera del norte de Francia, cruelmente azotada por el paro y la
desesperanza social y que desde hacía casi 100 años era gestionada por la
izquierda, es un claro ejemplo de esta evolución. ¿Es necesario precisar que no
todos aquellos que han votado por el candidato del FN son fascistas?
El FN electo de hoy en día ha arraigado en las ciudades medias y
extiende su influencia desde el Nord-Pas de Calais al sudeste, pasando por el
este, por Bretaña y el suroeste (tierra tradicionalmente de izquierdas). El FN
es ahora el principal partido popular en Francia. Es también el portavoz, lejos
de su base tradicional neofascista, de las aspiraciones sociales e identitarias
que reflejan los deseos de amplios sectores de la población. Es su gran
victoria y tanto la derecha como todos los republicanos y demócratas tendrían
una enorme responsabilidad dejándolo prosperar entre estas clases sociales.
Ante este desastre electoral, ¿cómo va a reaccionar Hollande? Puede
continuar en la misma vía, únicamente recomponiendo o cambiando su Gobierno
para dar la impresión de que ha entendido el mensaje de los electores. Pero
entonces la vuelta a la realidad será igual de feroz en las próximas
elecciones. Además, no hay que descartar el estallido en las calles. O puede
cambiar de rumbo, aunque para ello le haría falta enfrentarse a las potencias
financieras de Francia y, más aún, obligar a Alemania a renegociar el Tratado
de Estabilidad y Cooperación (adoptado en junio de 2012).
Pero esta reorientación, que muchos en Francia y en Europa creían
posible en el momento de la victoria de Hollande en las presidenciales, no
forma parte ni de su temperamento ni de los intereses que defiende, como tampoco
del sentir de la mayoría del Partido Socialista, aunque la izquierda de este
partido se manifestará contra él tras estas elecciones. Por tanto, es muy
probable que cuando haya pasado la emoción de la derrota, el Gobierno siga por
el mismo camino, haciendo de la lucha contra el Frente Nacional un objetivo,
una cortina de humo, dejando atrás el dramático problema del paro. Lo trágico
en estas elecciones es que ha sido el electorado popular y de izquierdas el que
ha sancionado al Partido Socialista. ¡Qué ironía de la historia!
Sami Naïr es profesor invitado de la Universidad Pablo de Olavide de
Sevilla. Su último libro es ¿Por qué se rebelan? (Clave
Intelectual, 2013).
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