Los resultados en las municipales
muestran que más de la mitad de la población rechaza el sistema político.
MIGUEL
MORA París
Más que un éxito de Marine Le Pen; más que una victoria
indiscutible de un centroderecha envuelto en los escándalos y sin proyecto; e
incluso más que el hundimiento clamoroso de un Partido Socialista sin rumbo ni
liderazgo, el análisis de los resultados de las municipales francesas parece
demostrar que el primer vencedor de las elecciones es la desafección política y
el populismo del pesimismo que recorre Europa.
La abstención alcanza finalmente el 36,3%, la cifra más alta nunca
registrada en un segundo turno en Francia,
y si a ese dato se le suman los votos bancos y nulos (que en el primer turno
fueron del 3,5%), y el apoyo recibido por los partidos cuyos programas rechazan
frontalmente el sistema bipartidista y las políticas europeas —Frente Nacional,
Partido Comunista y Partido de Izquierda—, la cuenta final afirma que al menos
seis de cada diez franceses se sitúan de perfil respecto a la oferta clásica
PS/UMP, a la manera en que el voto antisistema reunido por Beppe Grillo en las
últimas elecciones italianas aglutinó a la vez la rabia contra la ineficacia de
la casta política y el descontento cont las recetas austericidas de Bruselas.
El discurso nacionalista, eurohostil y antisistema del Frente Nacional solo ha podido llegar en
estas elecciones a uno de cada tres franceses porque Le Pen apenas logró reunir
597 listas, con todo su mejor marca en los 42 años de vida del partido. Allá
donde se presentaba en el segundo turno, el partido gana una decena de ciudades
y suma alrededor del 15% de los votos; el resultado está en la línea de lo que
sucedió en las presidenciales de hace dos años, cuando Le Pen llegó tercera con
el 17,9% en la primera vuelta. Su crecimiento es significativo respecto a las
municipales de 2008, porque entonces el FN no tenía una sola alcaldía.
Pero históricamente, el resultado del FN significa un regreso, mejorado,
a sus niveles locales de 1995, cuando logró casi un millar de concejales, unos
300 menos que ahora. El mérito de Le Pen, en todo caso, ha consistido en
resucitar una oferta política —y antipolítica— que parecía muerta a nivel
local, aprovechando, como ha subrayado el politólogo Dominique Reynié, “que
entre un cuarto y un tercio de la población se siente abandonada por el Estado.
Muchos buscan una salida, y no la encuentran en los partidos tradicionales. Les
queda elegir al Frente Nacional o no votar”.
La desdiabolización de la extrema derecha, en todo caso, parece un
hecho. Más del 40% de los franceses se declaran dispuestos a tener un alcalde
del FN, cuando hace diez años la cifra no superaba el 20%. Le Pen dijo el
domingo que esta vez el voto a su partido ya no es un voto de protesta, sino de
adhesión. Reynié ha subrayado que la hija de Jean-Marie Le Pen ha sabido
cabalgar los temas sociales y nacionales con mucha más astucia que su padre.
Atizando el miedo a la globalización y a la ausencia de soberanía económica o
monetaria, poniendo el acento en la seguridad y en la crispación cultural e
identitaria, y aprovechando el envejecimiento de la población, la falta de
esperanza de los jóvenes y el agotamiento del Estado del Bienestar, el FN se ha
transformado en un producto interclasista y en una maquinaria de poder local.
La amenaza de contagio de cara a las europeas de mayo parece muy seria. Pero,
más allá, la ola azul Marine no es todavía un tsunami. Y lo inquietante es que
solo uno de cada dos electores acepta la actual democracia.
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