Majestuoso testimonio de un poder agostado

Majestuoso testimonio de un poder agostado

domingo, 14 de julio de 2013

El día que Néstor perdió el tren de la historia



Por  | LA NACION

¿Te acordás de lo que era esto cuando llegamos, Pilo? -le preguntó Néstor Kirchner a su embajador espiando la Argentina por la ventana del despacho presidencial-. Las calles estaban ocupadas, la gente protestando y enojadísima. Mirá ahora." José Octavio Bordón lo contemplaba de perfil con una sonrisa cansada. Acababa de volar desde Washington sin saber que se encontraría con una gran sorpresa: cuatro minutos después de avisarle al edecán que ya estaba en Buenos Aires, el jefe del Estado le ordenó presentarse de urgencia en la Casa Rosada. Había un importante acto en el Salón Blanco. Bordón fue conducido hasta una sala de la Secretaría General, donde esperaban los gobernadores y los ministros. Se saludó con todos, y descubrió que nadie sabía nada y que había una enorme expectativa. De pronto se les apareció el mismísimo presidente de la Nación para revelar su juego: anunciaría el pago completo de la deuda con el FMI. Era el 15 de diciembre de 2005, y todos lo felicitaron. Bordón no era gobernador ni ministro, pero Néstor insistió en subirlo al estrado junto con ellos, y luego de la ceremonia del anuncio le pidió que se quedara para una reunión a solas.

Kirchner siempre había guardado admiración por aquel dirigente del peronismo que sin dinero ni aparato había logrado sacar cinco millones de votos diez años atrás. Menem le había ganado en 1995, pero se había llevado un buen susto. Ya para entonces el menemismo había desplegado su política privatista y sus escándalos de corrupción, y sin embargo los Kirchner, a la hora de la verdad, le habían dado la espalda a Bordón y habían jugado nuevamente con Menem. No sin prodigarle, en privado, afectos a su contendiente. De hecho, una de las primeras medidas que tomó Néstor, al ganar la presidencia, fue nombrarlo embajador en los Estados Unidos. La misión era clara: limar las asperezas con George W. Bush, quien finalmente lo recibió gracias a que Bordón convenció a Colin Powell y a la diplomacia norteamericana de que para evitar malentendidos entre esas dos fuertes personalidades antagónicas lo mejor iba a ser un encuentro face to face . "¿Estás seguro de que no me va a cagar?", le preguntó Néstor desde Madrid, a punto de entrar en el Palacio de Oriente, cuando Pilo le avisó que Bush por fin lo recibiría. ¿Se acuerdan de aquella reunión? Fue cuando Kirchner le dio una palmadita en la pierna al presidente de los Estados Unidos y le dijo que no debía preocuparse, que no eran de izquierda ni de derecha, que eran peronistas.
"-Pero no hay que engañarse, Pilo -agregó Néstor con la vista perdida en la calle, aquel imborrable 15 de diciembre-. Lo que hicimos hoy es muy importante, era absolutamente necesario. Pero no alcanza. Hasta ahora estuvimos reaccionando para superar la crisis. Ahora tenemos que armar un plan de desarrollo. Moderno. Como lo imaginó Arturo Frondizi. Y me interesa charlarlo con vos, que lo pensemos juntos."
A Bordón le entusiasmaba la convocatoria. Le dijo enseguida que podía dejar la embajada: las vías en Washington habían sido colocadas y el tren ya podía deslizarse sin problemas. Néstor se iba varios días a descansar a Santa Cruz: le ordenó a Pilo que cancelara sus vacaciones y a su edecán que marcara una cita impostergable para el 29 de ese mismo mes. Bordón se fue de la Casa Rosada lleno de ideas. La reunión nunca se llevó a cabo. Ni con él ni con nadie. En otras ocasiones, Néstor volvió a compartir con Bordón encuentros y cenas grupales: siempre le decía cariñosamente: "Nos debemos aquel debate, Pilo". Pero nunca lo realizaba. El plan de desarrollo, a la manera frondizista, jamás bajó a tierra. El Gobierno siguió siempre respondiendo con parches frente a la realidad y viviendo en el puro presente. "Nuestro largo plazo es el fin de semana", solía bromear tristemente Alberto Fernández. Para programar el porvenir, un estadista debe estar dispuesto a sacrificar cosas de hoy. Ahorrar para el futuro. Y el populismo no puede sino vivir la extrema coyuntura, prodigando los fondos sin otra estrategia que la colonización de los votos y de los sectores críticos.
Es interesante recordar las instrucciones que le dio Kirchner a Bordón en los comienzos de la "década ganada": convencer a los norteamericanos de que el kirchnerismo no era un movimiento salvaje y populista. Bordón recorrió con su PowerPoint todo el gran país del Norte, estado por estado, y habló con legisladores, empresarios e intelectuales para explicarles que la Argentina se proponía practicar la responsabilidad fiscal y económica. Que eliminaría las cuasimonedas, cuidaría el superávit fiscal y pagaría sus deudas. Le llevó mucho tiempo y esfuerzo a Bordón convencer a juristas norteamericanos de que los cambios propuestos por Kirchner para modificar la Corte no constituían un golpe de Estado. Y que, por lo contrario, buscaban la más absoluta independencia judicial. En el mismo paquete entraba la promesa de combatir la corrupción y el lavado de dinero. También tuvo que poner mucho énfasis en aclarar dos puntos que a Néstor Kirchner lo obsesionaban. Que no se confundiera a la Argentina con Venezuela, y que se comprendiera que nuestra sociedad luchaba contra el terrorismo y en especial contra el gran sospechoso de los aberrantes atentados: Irán.
Ocho años después de aquella cruzada, el kirchnerismo es todo lo contrario de lo que se proponía: tiene déficit fiscal y un profundo desorden económico, creó una cuasimoneda (el Cedin) en el marco de un blanqueo de capitales que es un llamado a los lavadores del mundo, navega en un creciente clima de corrupción, su principal política de Estado consiste en dinamitar a la Corte Suprema que ayudó a reconfigurar, Venezuela es su principal aliado y el régimen iraní acaba de recibir del Gobierno un invalorable salvavidas en el naufragio de su aislamiento. Todo esto a la vista de la comunidad internacional.

La decisión más destructiva, no obstante, se relaciona con el falseamiento de las cifras del Indec. Esa hecatombe estadística colocó a la diplomacia argentina en graves dificultades. Un embajador es un generador de confianzas. En las reuniones con sus colegas de otras naciones un representante de la Argentina no puede refutar a su propio gobierno, aceptando lisa y llanamente que los números son apócrifos. Y tampoco puede asumir que son reales, porque estaría mintiendo y produciendo incredulidad y rechazo. Este diálogo imposible fue también aislando a los argentinos. Cientos de inversiones legítimas se perdieron por ese simple, pero insalvable obstáculo.
El kirchnerismo, como se ve, no resiste mirarse en su propio espejo. Aquel plan alguna vez soñado en el despacho presidencial se hundió antes de nacer. Tal vez porque nunca se deseó en serio. Y los resultados de esa deserción clave están hoy a la vista. De la idea de erigir un "país normal" poco y nada queda. Y con el tiempo y la degradación del proyecto también se degradó el lenguaje de su política. Hoy sus principales espadas son personas rudimentarias que dicen cosas burdas, y hay en el seno del poder dos clases bien diferenciadas de funcionarios: los que se aferran a sus poltronas aunque se espantan en secreto con esta radicalización (aducen que permanecen ya directamente por temor laboral) y los que han comprado la revolución retórica. Dentro de este último grupo están algunos fanáticos, cuadros razonables de otro tiempo que hoy son irreconocibles hasta para sus viejos compañeros de ruta. Gente que parece haber sido abducida por una secta. Gente sectaria llenándose paradójicamente la boca con aquella palabra hermosa: "pueblo"..


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