¿Te
acordás de lo que era esto cuando llegamos, Pilo? -le preguntó Néstor Kirchner a su embajador espiando la
Argentina por la ventana del despacho presidencial-. Las calles estaban
ocupadas, la gente protestando y enojadísima. Mirá ahora." José Octavio
Bordón lo contemplaba de perfil con una sonrisa cansada. Acababa de volar desde
Washington sin saber que se encontraría con una gran sorpresa: cuatro minutos
después de avisarle al edecán que ya estaba en Buenos Aires, el jefe del Estado
le ordenó presentarse de urgencia en la Casa Rosada. Había un importante acto
en el Salón Blanco. Bordón fue conducido hasta una sala de la Secretaría
General, donde esperaban los gobernadores y los ministros. Se saludó con todos,
y descubrió que nadie sabía nada y que había una enorme expectativa. De pronto
se les apareció el mismísimo presidente de la Nación para revelar su juego:
anunciaría el pago completo de la deuda con el FMI. Era el 15 de diciembre de
2005, y todos lo felicitaron. Bordón no era gobernador ni ministro, pero Néstor
insistió en subirlo al estrado junto con ellos, y luego de la ceremonia del
anuncio le pidió que se quedara para una reunión a solas.
Kirchner
siempre había guardado admiración por aquel dirigente del peronismo que sin
dinero ni aparato había logrado sacar cinco millones de votos diez años atrás.
Menem le había ganado en 1995, pero se había llevado un buen susto. Ya para
entonces el menemismo había desplegado su política privatista y sus escándalos
de corrupción, y sin embargo los Kirchner, a la hora de la verdad, le habían
dado la espalda a Bordón y habían jugado nuevamente con Menem. No sin
prodigarle, en privado, afectos a su contendiente. De hecho, una de las
primeras medidas que tomó Néstor, al ganar la presidencia, fue nombrarlo embajador
en los Estados Unidos. La misión era clara: limar las asperezas con George W.
Bush, quien finalmente lo recibió gracias a que Bordón convenció a Colin Powell
y a la diplomacia norteamericana de que para evitar malentendidos entre esas
dos fuertes personalidades antagónicas lo mejor iba a ser un encuentro face to face . "¿Estás seguro de que no me
va a cagar?", le preguntó Néstor desde Madrid, a punto de entrar en el
Palacio de Oriente, cuando Pilo le avisó que Bush por fin lo recibiría. ¿Se
acuerdan de aquella reunión? Fue cuando Kirchner le dio una palmadita en la pierna
al presidente de los Estados Unidos y le dijo que no debía preocuparse, que no
eran de izquierda ni de derecha, que eran peronistas.
"-Pero
no hay que engañarse, Pilo -agregó Néstor con la vista perdida en la calle,
aquel imborrable 15 de diciembre-. Lo que hicimos hoy es muy importante, era
absolutamente necesario. Pero no alcanza. Hasta ahora estuvimos reaccionando
para superar la crisis. Ahora tenemos que armar un plan de desarrollo. Moderno.
Como lo imaginó Arturo Frondizi. Y me interesa charlarlo con vos, que lo
pensemos juntos."
A
Bordón le entusiasmaba la convocatoria. Le dijo enseguida que podía dejar la
embajada: las vías en Washington habían sido colocadas y el tren ya podía
deslizarse sin problemas. Néstor se iba varios días a descansar a Santa Cruz:
le ordenó a Pilo que cancelara sus vacaciones y a su edecán que marcara una
cita impostergable para el 29 de ese mismo mes. Bordón se fue de la Casa Rosada
lleno de ideas. La reunión nunca se llevó a cabo. Ni con él ni con nadie. En
otras ocasiones, Néstor volvió a compartir con Bordón encuentros y cenas
grupales: siempre le decía cariñosamente: "Nos debemos aquel debate,
Pilo". Pero nunca lo realizaba. El plan de desarrollo, a la manera
frondizista, jamás bajó a tierra. El Gobierno siguió siempre respondiendo con
parches frente a la realidad y viviendo en el puro presente. "Nuestro
largo plazo es el fin de semana", solía bromear tristemente Alberto
Fernández. Para programar el porvenir, un estadista debe estar dispuesto a
sacrificar cosas de hoy. Ahorrar para el futuro. Y el populismo no puede sino
vivir la extrema coyuntura, prodigando los fondos sin otra estrategia que la
colonización de los votos y de los sectores críticos.
Es
interesante recordar las instrucciones que le dio Kirchner a Bordón en los
comienzos de la "década ganada": convencer a los norteamericanos de
que el kirchnerismo no era un movimiento salvaje y populista. Bordón recorrió
con su PowerPoint todo el gran país del Norte, estado por estado, y habló con
legisladores, empresarios e intelectuales para explicarles que la Argentina se
proponía practicar la responsabilidad fiscal y económica. Que eliminaría las
cuasimonedas, cuidaría el superávit fiscal y pagaría sus deudas. Le llevó mucho
tiempo y esfuerzo a Bordón convencer a juristas norteamericanos de que los
cambios propuestos por Kirchner para modificar la Corte no constituían un golpe
de Estado. Y que, por lo contrario, buscaban la más absoluta independencia
judicial. En el mismo paquete entraba la promesa de combatir la corrupción y el
lavado de dinero. También tuvo que poner mucho énfasis en aclarar dos puntos
que a Néstor Kirchner lo obsesionaban. Que no se confundiera a la Argentina con
Venezuela, y que se comprendiera que nuestra sociedad luchaba contra el
terrorismo y en especial contra el gran sospechoso de los aberrantes atentados:
Irán.
Ocho años después de
aquella cruzada, el kirchnerismo es todo lo contrario de lo que se proponía:
tiene déficit fiscal y un profundo desorden económico, creó una cuasimoneda (el
Cedin) en el marco de un blanqueo de capitales que es un llamado a los lavadores del
mundo, navega en un creciente clima de corrupción, su principal política de
Estado consiste en dinamitar a la Corte Suprema que ayudó a reconfigurar, Venezuela es
su principal aliado y el régimen iraní acaba de recibir del Gobierno un
invalorable salvavidas en el naufragio de su aislamiento. Todo esto a la vista
de la comunidad internacional.
La
decisión más destructiva, no obstante, se relaciona con el falseamiento de las
cifras del Indec. Esa hecatombe estadística colocó a la diplomacia argentina en
graves dificultades. Un embajador es un generador de confianzas. En las
reuniones con sus colegas de otras naciones un representante de la Argentina no
puede refutar a su propio gobierno, aceptando lisa y llanamente que los números
son apócrifos. Y tampoco puede asumir que son reales, porque estaría mintiendo
y produciendo incredulidad y rechazo. Este diálogo imposible fue también
aislando a los argentinos. Cientos de inversiones legítimas se perdieron por
ese simple, pero insalvable obstáculo.
El kirchnerismo, como se
ve, no resiste mirarse en su propio espejo. Aquel plan alguna vez soñado en el
despacho presidencial se hundió antes de nacer. Tal vez porque nunca se deseó
en serio. Y los resultados de esa deserción clave están hoy a la vista. De la
idea de erigir un "país normal" poco y nada queda. Y con el tiempo y
la degradación del proyecto también se degradó el lenguaje de su política. Hoy
sus principales espadas son personas rudimentarias que dicen cosas burdas, y
hay en el seno del poder dos clases bien diferenciadas de funcionarios: los que
se aferran a sus poltronas aunque se espantan en secreto con esta
radicalización (aducen que permanecen ya directamente por temor laboral) y los
que han comprado la revolución retórica. Dentro de este último grupo están
algunos fanáticos, cuadros razonables de otro tiempo que hoy son irreconocibles
hasta para sus viejos compañeros de ruta. Gente que parece haber sido abducida
por una secta. Gente sectaria llenándose paradójicamente la boca con aquella
palabra hermosa: "pueblo"..
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