La minoría confesional que ostenta el poder prepara la creación de una entidad autónoma en la región de donde es originaria.
Pese al uso de la artillería pesada, los carros de combate y hasta la aviación para bombardear barrios sublevados, el régimen del presidente Bachar el Asad está perdiendo la guerra. Hay provincias, como Deir el Zor, que escapan ampliamente al control del Ejército regular y los combates llegaron en junio a los suburbios de Damasco. El estruendo de las bombas se escuchó desde el palacio presidencial.
¿Qué harán El Asad y sus secuaces de la minoría alauí, una rama del islam chií, cuando los rebeldes armados empiecen a conquistar Damasco? Aunque algunos pocos militares alauíes han desertado, pero entre generales y jefes de los servicios de seguridad que comparten la misma religión que el presidente ninguno ha cambiado de bando. Los alauíes representan aproximadamente el 10% de los 22 millones de sirios que en un 75% son musulmanes suníes.
Miembros de la oposición siria y académicos expertos en la región sospechan que los fieles de El Asad no van a luchar hasta la última gota de sangre sino que intentarán ponerse a salvo en una región noroeste del país, en las montañas del Djebel Ansariye, y las ciudades costeras de Latakia y Tartús, de donde son originarios.
“Cuando llegue el día en que no puedan evitar la caída de Damasco los subordinados [de El Asad] pueden regresar a las zonas alauíes”, vaticina Gary Gambill, director de la publicación estadounidense Middel East Quarterly. Tienen “tanta sangre en sus manos” que les será imposible “vivir seguros en Siria tras entregar el poder por muchas garantías que se les hayan dado”, añade.
No solo la guardia pretoriana de El Asad sino el conjunto de los alauíes han de temer la venganza. “El clan de El Asad ha logrado comprometer a los miembros de su comunidad implicándoles en la represión y las matanzas”, sostiene el ex diplomático francés Ignace Leverrier que anima un blog sobre Siria. “Una mayoría de alauíes, militares, mujabarats [agentes de servicios secretos] y shabihas [milicianos a sueldo] han causado muchas víctimas entre la población suní”, añade.
“La creación de un Estado alauí se ha convertido en una cuasi certeza”, repite hasta la saciedad Abdel Halim Khaddam, el que fue vicepresidente sirio hasta poco antes de su exilio en Francia a finales de 2005. Desde diciembre del año pasado “los misiles y armas estratégicas han sido íntegramente transferidas” al noroeste del país, asegura el que fue número dos de Siria. “Los carros de combate y la artillería pesada solo en parte porque el régimen los necesita para continuar la represión”, precisa.
“La operación está en marcha y por eso, en ese área noroccidental, se está produciendo una discreta limpieza étnica matando o aterrorizando” a los suníes para reducir su peso, recalca Nawal Sibai, una escritora siria exiliada en Madrid. Paralelamente, según Leverrier, muchos civiles alauíes, hasta ahora esparcidos por todo el país, regresan a la tierra de donde son originarios.
“Muchos profesionales alauíes, dentistas, abogados, etcétera, se han quedado sin clientes de otras confesiones porque la guerra provoca un repliegue sobre su propia comunidad”, explica el ex diplomático que vivió largos años en Damasco. “Han optado por volver al terruño”, prosigue. “A eso se añaden todas las familias alauíes que, al acabar el colegio, se han ido como de costumbre de vacaciones a la costa pero con más equipaje por si no vuelven”.
Leverrier cree que Rusia apoyaría esa entidad alauí, que podría ser algo parecida al Kurdistan autónomo dentro de Irak, para conservar así en Tartús su base naval. Israel tampoco debería verla con malos ojos porque fragmentaría y debilitaría a Siria, que no volvería a ser una amenaza para el Estado hebreo.
Francia, la potencia colonial, ya creó en 1922 un territorio autónomo alauí, que en 1924 se convirtió en un Estado alauí y, a partir de 1930, acabó llamándose Gobierno independiente de Latakia, pero siempre bajo la tutela de la metrópoli. En 1936 París lo incorporó de nuevo a Siria.
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