Intervención aliada en Libia
Una familia disidente cuenta cómo resiste en Trípoli y espera a los rebeldes
ÁLVARO DE CÓZAR (ENVIADO ESPECIAL/EL PAÍS) - Trípoli
Un coche cruza la carretera de la costa hacia el este, deja atrás la ciudad vieja y se adentra en los suburbios que rodean Trípoli. Al paso de los controles, el conductor saca la cabeza por la ventana y sin parar suelta en árabe una bendición a los jóvenes milicianos armados con Kaláshnikov. "Así nos dejarán pasar", dice. Los rascacielos y los edificios del Gobierno son sustituidos pronto por casas de dos o tres plantas a medio terminar. Los caminos se hacen más estrechos y el tráfico más denso. En las plazas, los milicianos del coronel Gadafi descansan bajo las banderas verdes y los retratos de su líder. Pero el territorio les es hostil. Esto es Soug el Juma, uno de los barrios donde se originaron las revueltas.
"Celebramos los bombardeos. Es cuando más calmados estamos"
El 21 de febrero, un hombre de unos cincuenta y tantos años despidió a dos de sus hijos besándoles en la frente. Su nombre y el de su familia quedarán en el anonimato para no comprometerles ante el régimen. Les dijo: "Perdonadme por no haberos dado lo que os merecíais. Siento que hayáis tenido que vivir este régimen. Moriréis para que vuestros hermanos pequeños no tengan que sufrirlo más".
Los dos hermanos, de 26 y 21 años, salieron a la calle para unirse a las miles de personas que desde otros barrios como Tajura, según su relato y los vídeos grabados en su ordenador, marchaban hacia el centro de Trípoli. "No hacíamos nada malo. Solo rompíamos los carteles de Gadafi que nos encontrábamos", asegura el mayor. Habían pasado cuatro días desde el levantamiento de Bengasi, y los jóvenes se sentían con fuerza para conquistar el mismísimo Bab el Azizia, cuartel y residencia del coronel. Los teléfonos móviles sonaban continuamente y citaban a los jóvenes en la plaza central. "Entonces se extendió el rumor de que Gadafi se había ido del país. Eso hizo que nos dispersáramos. Fue entonces cuando la policía empezó a disparar".
Los dos hermanos hablan de decenas de muertos en esas horas y en los siguientes días. Describen las dos semanas posteriores como un régimen de terror en el que "no te podías fiar de nadie". Aseguran que las ambulancias llevaban milicianos que atacaban a los manifestantes y que muchos de ellos cruzaban las calles a toda pastilla y disparaban desde las furgonetas. "En Fashlum
[otro barrio donde hubo protestas] fue lo peor. Los cadáveres se quedaron tirados en las calles y no se permitía a las familias recogerlos".
La conversación tiene lugar en la casa del padre. La fachada está sin pintar y dos hombres esquilan ovejas mientras los pequeños hacen té. En el interior, sobre una alfombra roja rodeada de asientos, la familia oye cómo los hermanos prosiguen un relato que ya les es conocido. "Aquí no hay trabajo, no hay libertad", dice el padre luego, "el régimen está saturado. Lo que pasó en Egipto nos dio valor. No sabemos cuánto durará esta guerra, pero nos da igual. Sabemos que tenemos escrito nuestro destino. O muere Gadafi y nosotros vivimos, o somos nosotros los que moriremos. Pero Libia será libre".
Con la comida terminada, el padre saca el laúd y los oyentes se animan a cantar el antiguo himno del país, el de los tiempos del rey Idris (1951-1969). Los comensales ríen y alzan la voz sin temor a ser escuchados por los vecinos. Se despiden y se desean una buena noche. "Si hay bombardeos hoy lo celebraremos. Es cuando más calmados estamos", concluye el padre, que promete matar un cordero si el régimen de Gadafi cae.
En Soug el Juma, en Tajura, en Fashlum y en otros barrios que vivieron las protestas, algunos esperan la llegada de los rebeldes del este. Otros dicen que no hará falta que lleguen. Aseguran que las protestas volverán pronto. También dicen que las milicias y los mercenarios del coronel están preparados porque huelen el peligro y que el Gobierno ha evacuado edificios para colocar allí a francotiradores. Nadie da pruebas de esta y otras historias. Tampoco es posible saber cuántos son los que saldrán de sus casas y cuántos defenderán a Gadafi. Cada grupo asegura que les respalda más del 80% de la población.
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