DOMINGO 10 DE JULIO DE 2016
El historiador francés, que acaba de
publicar El miedo (Capital Intelectual), un libro sobre
las formas antiguas y actuales de esa emoción colectiva, alerta sobre la
demagogia y sus peligros, palpables en el resultado del Brexit.
Astrid Pikielny/ LA NACION
"Cualquier lugar donde hombres y mujeres dialogan frente a una taza de café es el mundo en el que quiero vivir. No está en ninguna parte, pero está en todas partes donde pueda tomar un café con alguien que no conozco sin pensar en su género o religión", dice Boucheron. Fotos: Santiago Cichero/AFV.
Miedo a la recesión y al
desempleo. Miedo a los refugiados, a la amenaza terrorista o al desastre
medioambiental. De las formas antiguas y actuales de esa emoción colectiva se
ocupa el historiador francés Patrick Boucheron en El miedo. Historia y
usos políticos de una emoción (Capital Intelectual), el libro de
reciente aparición -el primero en traducirse al español- que reproduce un
diálogo fascinante entre Boucheron y el politólogo estadounidense Corey Robin.
Hace tiempo que este
investigador, especialista en la Italia del Medioevo y el Renacimiento, se
dedica a analizar la historia y los usos políticos del miedo en gobiernos
democráticos y autoritarios. Lo hizo también en Conjurer la peur:
Sienne, 1338: essai sur la force politique des images ("Conjurar
el miedo: Siena 1338"), un estudio profundo sobre la amenaza de
degradación política plasmada en el fresco Del buen gobierno,
pintado por Ambroggio Lorenzetti en el siglo XIV.
En su primera visita a la
Argentina, Boucheron analizó los huellas del miedo que dejaron los ataques
terroristas en Francia y el poder de las imágenes que propaga Estado Islámico
(EI) pero también la descomunal crisis europea y las razones detrás del voto
del Brexit. "Personalmente, no pienso que haya una crisis de los
refugiados; hay una crisis de Europa cuyas víctimas son los refugiados",
dice, sentado en el lobby del hotel donde se alojó para
participar de La Noche de la Filosofía, invitado por el Centro Franco
Argentino, el Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos y el Instituto
Francés en la Argentina.
Heredero de Georges Duby y
Jacques Le Goff, discípulo de Roger Chartier, Michel Foucault y Pierre
Bourdieu, Boucheron es profesor en el Collège de France y un destacado
exponente de la renovación historiográfica europea.
¿Qué lugar ocupan hoy las
emociones en el estudio de las ciencias sociales?
El de las emociones, y
particularmente las emociones políticas, es hoy uno de los ámbitos importantes
de las ciencias sociales; en especial para nosotros los medievalistas, que
trabajamos sobre la noción de "comunidad emocional". Las emociones no
son sólo sentimientos individuales sino también una experiencia compartida que
permite generar "colectivos". Ahí entendemos que eso que llamamos
identidad nacional no es sólo una comunidad de pertenencia, es también una
comunidad de pertenencia emocional. Y no hay que despreciar eso.
¿Qué peso tienen las emociones en
las decisiones colectivas, en los consensos de época?
Hablar de la importancia de las
emociones en lo político no significa que la política sea irracional: hay
razones y son razones prácticas. Maquiavelo dice que los buenos gobiernos son
los que logran equilibrar las pasiones sociales, las emociones. Pero dice
también que la república es una forma de gobierno que logra infundirle miedo a
su propia élite. Si las élites dominantes no temen nada, entonces no hay
ninguna posibilidad de que no dominen más todavía. Para Maquiavelo la
democracia es el arte del disenso y del conflicto.
¿Hay miedos nuevos en las
sociedades contemporáneas modernas? ¿O son miedos ancestrales que actualizan
sus formas?
Contestaría desde el punto de
vista personal: yo he vivido el miedo nuclear. A mi hijo de 19 años le asombra
que yo haya tenido miedo nuclear. Él no tiene ese miedo y no entiende que yo
haya podido tenerlo. Pero él hoy tiene un miedo medioambiental que yo no tenía.
Pienso que esa idea de que el mundo es una comunidad de destino y de peligros
es el mismo tipo de miedo útil, porque uno estaría equivocado en no tenerlo.
¿En qué medida los que gobiernan
hacen un uso de los miedos colectivos cuando lo necesitan?
Normalmente, y según la teoría
política -en Hobbes, por ejemplo-, el buen soberano es el que designa el
peligro, el que lo identifica. Dicho esto, es fácil entender que los que hoy
gobiernan en Francia y señalan a los 13.000 refugiados como el peor peligro, y
no a los tres millones de desempleados, no están designando el verdadero
peligro. Construir amenazas falsas es lo más tradicional y lo más fácil.
¿Por qué, de todas las emociones
que existen, decidió investigar y escribir sobre el miedo?
No decidí ocuparme del miedo, es
el miedo el que se ocupó de mí. Como historiador analicé el fresco llamado Del
buen gobierno, pintado por Ambrogio Lorenzetti en la Siena de 1338, que los
historiadores antes de mí consideraron la imagen de un sistema político
apaciguado: la imagen de la ciudad bien gobernada, un sistema ideal. Yo miré el
otro lado del fresco con un poco más de intensidad y creí entender que el
artista que lo pintó no lo había hecho para exaltar un sistema político con
buena salud, sino todo lo contrario, más bien para alertar y prevenir a sus
conciudadanos de un peligro que estaba por llegar. Entonces, se volvió mucho
más interesante, porque se podía ver como mensaje político de un estado de
urgencia.
¿Una señal de peligro o amenaza
de despotismo, de tiranía, de mal gobierno?
De tiranía, pero no en el sentido
de una tiranía que cayera del cielo, sino que provendría de una disfunción del
sistema político, no tanto de un adversario sino de una posibilidad de un
devenir político. En ese sentido yo digo que la pintura nos mira, nos interpela
y nos busca para hablarnos del miedo. La pintura habla del miedo y de la
posibilidad de conjurarlo, palabra complicada porque conjurar significa a la
vez vencer y orientar ese miedo. Como historiador no puedo ver el pasado como
pasado, tengo que ver que el pasado tiene formas actualizadas presentes.
¿Qué formas o ropajes adquiere el
miedo en la actualidad ?
El libro se publicó en octubre de
2013 en un momento de inquietud política, en que se iba degradando el sistema
político europeo. Como soy historiador de la comuna italiana, me interesaba ver
la forma en que esa comuna se había degradado en señorío y cómo esa mutación
muy a menudo proviene del empobrecimiento del lenguaje político. En la
república, para gobernar hay que hablar bien y hay que convencer. Ahora bien,
las palabras se van degradando y ya no se refieren a las mismas cosas. Aparece
lo que llamamos demagogia. Y ésa es la preocupación.
¿Estamos hablando de Marine Le
Pen, de la clase política europea en general o del lenguaje de los ciudadanos?
Es una muy buena pregunta. La
gente -cada vez menos numerosa- que no quiere la victoria de Marine Le Pen
piensa que es a ella a quien temen. Pero creo que hay algo peor, en el sentido
de que la victoria de Marine Le Pen ni siquiera es algo necesario. En términos
de Walter Benjamin, uno siempre espera la catástrofe, la teme, pero un día se
da cuenta de que ya pasó. Pienso que como historiador la catástrofe no es lo
que ocurre, sino lo que uno no puede impedir que suceda. Lorenzetti sentía que
algo estaba por venir, entonces para conjurar eso usaba la palabra
"tirano", que es una palabra griega, exactamente como hoy nosotros
podemos tirar a la cara de alguien el término "fascista". Lo que
empezamos a entender hoy es que en Europa hay un modelo de poder autoritario,
no fascista pero autoritario, lo que Viktor Orbán llama la "democracia no
liberal".
¿Ése fue el motivo del voto del
Brexit o hubo otras causas? ¿Hay temor a la globalización, enojo con la
burocracia local y la burocracia europea?
La Comunidad Europea, la Europa
política hoy, es indefendible. Y sabemos que en cualquier país la gente la
rechazaría porque es antidemocrática. La apertura de los mercados, en el
sentido liberal de la palabra, ha comprometido la noción misma de la apertura porque
demasiadas personas han sufrido con ella. Pienso que esa rebelión de los
pueblos contra lo que se llama la democracia europea es legítima, pero hay que
reconocer que la pregunta del Brexit no fue sobre el hecho de que Europa fuera
o no lo suficientemente democrática, sino sobre el odio a los inmigrantes.
Personalmente, no creo que haya una crisis de los refugiados; hay una crisis de
Europa cuyas víctimas son los refugiados.
¿Cree que habrá un efecto dominó
en otros países de Europa?
El peor escenario no es que el
referéndum se multiplique y termine acabando institucionalmente con la Unión
Europea. Lo que cualquier gobierno liberal va a sacar como enseñanza y lección
de esta experiencia malograda de lo que pasó en Inglaterra es que finalmente lo
que hay que hacer es no darle la palabra al pueblo. Eso sería el peor
escenario. Una vez más, es una cuestión de discurso, del lenguaje. Es igual que
Donald Trump en Estados Unidos: quizás pierda Trump, pero durante un año habrá
dicho lo que ha dicho. Y eso tiene impacto.
Me pregunto si, al igual que con
las amenazas al sistema político en el fresco de Lorenzetti, hoy vuelve a
resurgir en Europa, como usted dice, el miedo a que se destruya la posibilidad
de vivir juntos.
Sencillamente, diría que sí.
Pienso que hay dos errores que el historiador puede cometer: el primer error es
pensar que lo que pasó una vez no puede volver a pasar, y el segundo es pensar
que lo que pasó va a volver de la misma manera. La historia siempre sorprende,
es imprevisible, pero puede ser desesperanzadoramente repetitiva. Por eso para
mí la historia como disciplina es un ejercicio de emancipación y de buscar el
coraje, porque del pasado es posible extraer las promesas del futuro. La
historia no es solamente lo que pasó, es también lo que podría haber pasado.
Usted escribió Conjurar
el miedo antes de los atentados en Charlie Hebdo y en el teatro
Bataclan de París. ¿Qué huellas dejó la amenaza del terrorismo?
Ese libro tuvo un éxito
interesante. Antes de los atentados, las preguntas eran las mismas, los miedos
eran los mismos y la gente me hablaba de Marine Le Pen y de la democracia.
Después de los atentados del 7 de enero, la gente me empezó a hablar del
terrorismo porque esta imagen del fresco de Lorenzetti habla de la guerra y de
la guerra civil. En el caso de los atentados yo me sentí interpelado como
ciudadano. Lo que puede verse en Francia y en Europa, en términos históricos,
con esta ola de atentados es que, para prevenir un peligro e impedir que se
desarrolle, se puede provocar que ocurra algo peor. Porque toda guerra termina
acabándose. Y la guerra contra el terrorismo -aunque no sepamos cuando va a
terminar porque nunca fue declarada- al final se trata de una guerra de
exterminio. Y para armarse contra esta guerra sin nombre las democracias se
dotan de todo un arsenal legislativo, como el estado de excepción, por ejemplo,
del que tampoco sabemos cómo se sale porque no hay ejemplo histórico que nos
permita saberlo. No es sólo la guerra en sí sino lo que deja la guerra.
¿Cuán eficaces cree que son las
imágenes de decapitaciones que propaga Estado Islámico para instalar el miedo y
para amedrentar?
Estado Islámico es una fábrica de
imágenes. Es un súper productor con medios muy modernos. Y el error garrafal,
fundamental, es considerar que el terrorismo islámico es una reemergencia de
algo arcaico. Estado Islámico es una enfermedad de la modernidad. Ese Estado
-no hablo de los pobres asesinos, que están manipulados y que después se hacen
estallar ellos mismos- se da por iconoclasta porque destruye imágenes. Destruye
imágenes y hace imágenes de la destrucción de las imágenes. Y esas imágenes nos
llegan a nosotros. El terrorismo es el ejercicio letal y mortal del miedo; creo
que ya no es la palabra adecuada porque esas imágenes de destrucción, de degüellos,
de esclavización -en el caso de las niñas de Boko Haram- tienen como meta
atacar lo que para los occidentales es lo más importante, lo central. En el
sentido fuerte de la palabra, eso es sacrílego.
Ya que hemos estado hablando de
los miedos, le pregunto cuáles son hoy, en términos personales, sus miedos
primordiales.
Le voy a responder muy
sinceramente. El miedo que realmente tengo es a no ser fiel a la idea que yo me
hacía cuando era chico de lo que debía ser el mundo. Y lo que me da miedo son
las políticas que demuestran un desprecio hacia la infancia y la juventud. Por
eso, lo que más me impactó en la masacre de noviembre en Francia es que fue
evidentemente en contra de la juventud.
Biografía
Patrick Boucheron nació en París
en 1965. Historiador especialista en la Edad Media y el Renacimiento,
particularmente en Italia, trabaja en la línea de Georges Duby y Jacques Le
Goff y fue discípulo de Roger Chartier. Desde 2015 es profesor en el Collège de
France. Capital Intelectual acaba de publicar su libroEl miedo.
¿Por qué lo
entrevistamos?
Porque es voz relevante en la renovación
historiográfica europea, que no escapa a una mirada crítica sobre el presente
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