Tenemos candidatos
presidenciales que hacen
que Bush parezca Lincoln
El exgobernador de Florida, Jeb Bush. / MARK J. TERRILL (AP PHOTO)
He estado repasando lo que se dijo el
miércoles en el debate republicano y estoy aterrado. Ustedes también deberían
estarlo. Después de todo, dados los caprichos de las elecciones, es bastante
probable que una de esas personas acabe en la Casa Blanca.
¿Por qué da tanto miedo? Podría
argumentar que todos los candidatos del Partido Republicano demandan políticas
que serían tremendamente destructivas dentro del país, fuera de él, o en ambos.
Pero aun cuando les guste el carácter general de las políticas republicanas
actuales, debería preocuparles el hecho de que los hombres y la mujer en el
escenario estén viviendo, sin lugar a dudas, en un mundo de fantasías y
ficciones. Y algunos parecen dispuestos a hacer realidad sus ambiciones
recurriendo a mentiras descaradas.
Empecemos por el menor de los
problemas, la economía fantástica de los candidatos oficiales del partido.
Probablemente estén cansados de oír
esto, pero el discurso económico del Partido Republicano moderno está
completamente dominado por una doctrina económica —la importancia soberana de
unos impuestos bajos para los ricos— que ha fracasado completa y absolutamente
en la práctica durante la generación anterior a la nuestra.
Piensen en ello. La subida de
impuestos de Bill Clinton fue seguida de una enorme expansión económica, y las
rebajas de impuestos de George W. Bush, de una recuperación débil que terminó
en un desastre financiero. El aumento de los impuestos de 2013 y la llegada de
Obamacare en 2014 han estado vinculados al mayor crecimiento del empleo que ha
habido desde la década de 1990. La California de Jerry Brown, que recauda
impuestos y respeta el medio ambiente, crece con rapidez; la Kansas de Sam
Brownback, que recorta drásticamente los impuestos y el gasto, no.
Pero el control que ejerce este dogma
fallido sobre los políticos republicanos es más fuerte que nunca, y están
prohibidos los escépticos. El miércoles, Jeb Bush afirmaba, una vez más, que
esta economía vudú duplicaría la tasa de crecimiento de Estados Unidos,
mientras que Marco Rubio insistía en que un impuesto sobre las emisiones de
carbono “destruiría la economía”.
El único candidato que habló con
sensatez sobre la economía fue, sí, Donald Trump, que declaró que “hace ya
muchos años que tenemos impuestos progresivos, así que de socialista no tiene
nada”.
Si el debate económico era
preocupante, el relacionado con la política exterior era casi de locos. Casi
todos los candidatos parecen creer que la fuerza del Ejército estadounidense
puede impresionar e intimidar a otros países para que hagan lo que queremos sin
necesidad de negociaciones, y que ni siquiera deberíamos conversar con los
dirigentes extranjeros que no nos gusten. ¡Nada de cenas con Xi Jinping! Y, por
supuesto, nada de pactar con Irán, con lo bien que ha ido usar la fuerza en
Irak.
De hecho, el único candidato que
parecía remotamente sensato en lo relativo a la seguridad era Rand Paul, lo que
resulta casi tan inquietante como el espectáculo de Trump convertido en la
única voz de la razón económica.
Sin embargo, la verdadera revelación
del miércoles fue el modo en que algunos candidatos fueron más allá de la
exposición de malos análisis y la difusión de historias falaces como
justificación de afirmaciones claramente erróneas. De hecho, probablemente lo
hicieron de forma consciente, lo que convierte dichas afirmaciones en lo que
técnicamente se conoce como “mentiras”.
Por ejemplo, Chris Christie aseguró,
como ya hizo en el primer debate republicano, que fue nombrado fiscal de
Estados Unidos el día antes del 11-S. Sigue sin ser verdad: su selección para
ese cargo ni siquiera se anunció hasta diciembre.
La mendacidad de Christie, no
obstante, palidece en comparación con la de Carly Fiorina, aclamada por todos
como “ganadora” del debate.
Una de las mentirijillas de Fiorina
consistió en repetir afirmaciones probadamente falsas acerca de su trayectoria
empresarial. No, no fue la responsable de un gran aumento de los ingresos. Hizo
crecer Hewlett-Packard comprando otras empresas, principalmente Compaq, una
adquisición que fue un desastre financiero. Ah, y si su vida es la historia de
una “secretaria que llegó a ser consejera delegada”, la mía es la de un cartero
que llegó a ser columnista y economista. Lo siento, pero haber tenido trabajos
de poca monta en la época de estudiante no convierte nuestra vida en una
historia de Horatio Alger.
Sin embargo, el momento
verdaderamente asombroso tuvo lugar cuando afirmó que en los vídeos que se
utilizaban para atacar a Planned Parenthood aparecía “un feto completamente
formado sobre una mesa, pataleando y con el corazón latiendo mientras alguien decía
que había que mantenerlo vivo para extraerle el cerebro”. No es así. Los
activistas contrarios al aborto han proclamado que esas cosas suceden, pero no
han aportado ninguna prueba, solo afirmaciones mezcladas con grabaciones de
archivo de fetos.
De modo que ¿está Fiorina tan metida
en la burbuja que no puede discernir la diferencia entre los hechos y la
propaganda política? ¿O está propagando una mentira a propósito? Y lo
fundamental, ¿importa eso?
Empecé a escribir para el Times
durante la campaña de las elecciones de 2000, y lo que recuerdo sobre todo de
aquella campaña es el modo en que las convenciones de la información
“imparcial” permitieron al entonces candidato George W. Bush hacer afirmaciones
claramente falsas —sobre sus rebajas de impuestos, sobre la Seguridad Social—
sin pagar por ello. Como escribí en aquella época, si Bush hubiese dicho que la
Tierra era plana, habríamos leído titulares de este estilo: “La forma del
planeta: ambas partes tienen razón”.
Ahora tenemos unos candidatos
presidenciales que hacen que Bush parezca Lincoln. ¿Pero quién va a contárselo
a la gente?
Paul Krugman es premio Nobel de
Economía de 2008.
© The New York Times Company, 2015.
Traducción de News Clips.
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