La ex secretaria de Estado se prepara
ya para la carrera de las presidenciales de 2016.
Queda más de un año para que arranque
el proceso de primarias y asambleas electivas que decidirá a los designados, y
dos años para las elecciones presidenciales que elegirán al sucesor del
demócrata Barack Obama. Pero, una
vez terminado el recuento de las papeletas en las elecciones del martes,
la campaña para el 2016 ya está en marcha.
Los aspirantes se han fogueado durante las últimas
semanas. Han apoyado a candidatos de sus partidos al Senado, a la
Cámara de Representantes y al cargo de gobernador. Ninguno ha declarado su
candidatura. Pero, viendo en acción a políticos como la ex secretaria de
Estado, la demócrata Hillary Clinton, no había duda de que se trataba de
figuras de calibre presidencial.
Al comparar la lista de posibles
candidatos del Partido Demócrata y del Partido Republicano llama la atención el
contraste. Sólo un nombre destaca en el campo demócrata: el de Clinton, ex
primera dama, ex senadora, candidata a la Casa Blanca derrotada por Obama
durante el proceso de nominación de su partido en 2008 y después jefa de la
diplomacia norteamericana con la Administración del actual presidente.
El elenco republicano es más amplio.
Incluye a personalidades emergentes, como el senador Rand Paul, hijo de la
estrella de la derecha libertaria, Ron Paul, y representante de una nueva
derecha, cercana al populismo del Tea Party en su recelo hacia un Estado
federal fuerte, ya sea en materia económica como en cuestiones de seguridad
nacional.
Pero la lista de republicanos que han
insinuado su disposición a batallar por la nominación es larga: desde el
senador por Texas Ted Cruz, representante de la derecha más intransigente, a
otro político —como Cruz, de origen cubano—, el senador por Florida Marco
Rubio, pasando por el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, o el ex gobernador
de Florida Jeb Bush, hermano e hijo de presidentes.
La carrera será una lucha por la
identidad de un Partido Republicano que, bajo el influjo del movimiento
populista Tea Party, se ha derechizado durante los años de Obama. Hay entre los
nombres citados libertarios y estatistas, partidarios de cerrar las fronteras y
defensores de la legalización de sin papeles, halcones en política exterior y
palomas con inclinaciones aislacionistas.
En un país en el que los partidos son
más coaliciones que integran sensibilidades variopintas que ejércitos
uniformados, el debate interno no es exclusivo de los republicanos. La
izquierda demócrata, que impulsó a Obama en 2008, deposita sus esperanzas en la
senadora Elizabeth Warren, heroína de la lucha contra los abusos de los bancos
y figura del nuevo populismo (en EE UU el término no tiene las mismas
connotaciones negativas que en Europa o América Latina), contrario a Wall
Street y crítico con las grandes corporaciones. En una época de desigualdad
creciente, la propia Warren —o como mínimo sus ideas— figurará en los debates
para la nominación. En las últimas semanas, durante la campaña para las elecciones
del martes, la pragmática Clinton, multimillonaria y amiga de Wall Street, ha
reproducido en sus discursos algunos argumentos de Warren. Es el aire de los
tiempos.
El proceso, desde ahora a la elección
presidencial, será tortuoso. Lo primero para cada aspirante son los meses de
exploración, de sopesar si la candidatura es viable, si hay dinero para
lanzarla, si a la familia le parece bien dedicar casi dos años a una tarea
ingrata —miles de kilómetros en carreteras secundarias, un escrutinio feroz de los
medios de comunicación, llamadas a desconocidos, en horas intempestivas, para
suplicarles fondos, noches en moteles decadentes y veladas en granjas perdidas
en Estados como Iowa...— que suele terminar en fracaso. 2015 es el año del
anuncio de las candidaturas, los primeros debates y el inicio de la campaña de
las primarias y caucus, un proceso que comienza a principios de 2016 y culmina
en verano con la nominación de los candidatos demócrata y republicano.
Clinton es la favorita. Por su
experiencia y talento político. Y porque, si en 2016 logra movilizar a los
latinos —la minoría más pujante en EE UU— como Obama en 2008 y 2012, los
republicanos lo tendrán difícil para derrotarla. La retórica contraria a los
sin papeles funciona con las bases republicanas que deciden la nominación, pero
puede condenar a su partido a la derrota en las presidenciales. El problema
para los demócratas es que cuentan con pocos políticos latinos de primera fila.
Los republicanos cuentan con hispanohablantes como Marco Rubio o Jeb Bush.
Si Jeb Bush —casado con una mexicana y considerado
durante años como el bueno de los hermanos, por contraste con el presidente
George W. Bush— es candidato, podría acabar enfrentándose a Hillary Clinton.
¿Bush contra Clinton? EE UU, el país de la meritocracia, también lo es de las
dinastías: los Kennedy es la más célebre. Pero cualquier pronóstico es
aventurado. En 2006 Clinton era la favorita, la candidata inevitable. Dos años
después un semidesconocido de nombre exótico, Barack Hussein Obama, la derrotó.
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