Todos creemos, según el ángulo que adoptemos para
ver las cosas, que nuestros males son el desempleo, la recesión, la inflación,
la posible hiperinflación, el default de la deuda pública, los fondos buitre,
la falta de dólares, el cepo cambiario, el Rodrigazo siempre cercano, la
pobreza, la indigencia, la inseguridad física, la incertidumbre económica, el
cierre de empresas, la fuga de capitales, la falta de crédito, las altas tasas
de interés, la falta de inversión, la caída del salario real, el mediocre nivel
de la escuela y de la educación argentina y una gran cantidad de otros
problemas que se agregan a esta larga lista.
Todos estos males, en los que se pone el acento
según las distintas orientaciones políticas, no son el origen de nuestros
problemas sino la manifestación de un mal mayor, que es el causante último de
nuestras desgracias y este mal mayor, bastante desconocido como malo para la
población y negado como malo por los políticos, es el déficit fiscal.
Ningún político va a hacer una campaña
para conseguir votos basada en la lucha contra el déficit fiscal
El déficit fiscal es la causa de casi todos estos
problemas en forma indirecta, pero ningún político va a hacer una campaña para
conseguir votos basada en la lucha contra el déficit fiscal. No tiene atractivo
popular aun cuando es nuestro principal problema y causa de muchos otros.
Entendemos como causa "aquello que lo causado lo es en máximo grado".
Como lo explica Aristóteles, si me quemo con el agua caliente de una olla de
hierro, no es el agua caliente la que me quema en última instancia, ni la olla
de hierro caliente tampoco, sino el fuego que está debajo, que es la verdadera
causa de que se hayan calentado la olla y el agua.
Como ejemplo de esta cadena de causas, en nuestro
caso la inflación, no es el aumento de precios que realizan los empresarios grandes,
medianos o pequeños porque quieren ganar mucho más, como creen muchos
funcionarios públicos, sino el impacto de la emisión monetaria que hace que los
medios de pago disponibles para la población se expandan más rápido que la
producción, con lo cual presionan sobre los precios de los bienes y servicios.
Este proceso de inflar la economía con dinero
nominal (llamado "inflación") se produce por la necesidad de
financiar, desde el Banco Central, con adelantos transitorios y otros
mecanismos de emisión al déficit fiscal del Tesoro, cuando éste gasta mucho más
que lo que recauda con los impuestos normales. Lo cual no quiere decir que no
podríamos registrar cierto déficit fiscal en algunos períodos, por ejemplo por
una crisis causada por factores externos o climáticos como una sequía. Es
decir, un déficit podría ocurrir excepcionalmente, pero luego deberíamos volver
al equilibrio fiscal o al superávit.
El déficit argentino es permanente y va
acumulando deudas y emisión monetaria para cubrirlo
El déficit fiscal como estrategia permanente es
desastroso. El problema que tenemos es que el déficit argentino es permanente y
va acumulando deudas y emisión monetaria (inflación) para cubrirlo. Cada tanto,
se produce una cesación de pagos de la deuda pública (default). Esto último
pasa cuando la situación se vuelve insostenible, lo que en los últimos 50 años
ha ocurrido varias veces, cada vez más seguido. Es imposible crecer y mejorar
la calidad de vida de los argentinos con una política así, tan inconsistente.
Por eso la pobreza va aumentando progresivamente, después de haber bajado desde
2003 a 2007.
En el gráfico vemos la evolución del déficit del
Tesoro, computando desde 1961 el del Sector Público No Financiero (SPNF) y
anteriormente, desde 1865, el de la Administración Nacional.
Como política no deberíamos tener déficit fiscal.
Pero si tenemos alguno, no podría pasar de 2% del PBI. Lo medimos en % del PIB
para ir reflejando los diferentes niveles de la economía argentina a lo largo
del tiempo y observar el peso relativo del déficit respecto de la misma. Hasta
2% de déficit fiscal sobre el PIB es alerta amarilla, hasta 4% alerta naranja y
más de 4% alerta roja para nuestro caso.
El déficit esta graficado en negro y los años de
equilibrio o superávit en verde. En la historia las marcas verdes son casi
imperceptibles. Tenemos un año verde en 1994, pero se debió a que se clasificó
como rentas generales la venta de activos del Estado, transformando patrimonio
en gasto corriente, lo que no es correcto.
Observamos varios años seguidos en verde en el
periodo 2003-2007, donde se registró un superávit fiscal destacable. Si bien
fue producto de la fuerte licuación del gasto público que produjo la maxi-
devaluación de 2002 de Eduardo Duhalde, el efecto duró el período entero de
Néstor Kirchner. En esta etapa de superávit fiscal la economía marchó bien con
un PBI que crecía al 9% anual, aprovechando la capacidad instalada lograda en
la década del 90, lo que permitió bajar los niveles de pobreza desde el pico de
2002, con una inflación cercana a las tasas internacionales.
¿Ahora le echaremos la culpa a los
golpes de mercado de todo el desorden económico y fiscal en el que nos hemos
ido metiendo progresivamente?
Esa fase se terminó en 2007 y volvimos rápidamente
al déficit fiscal. Ahora ya estamos en la etapa de alerta roja, por el gran
nivel del mismo que se ubica en el orden del 4% del PBI. Será difícil reordenar
la macroeconomía, que está muy rígidamente enmarañada y desequilibrada, con
todo tipo de prohibiciones, subsidios cruzados, impuestos distorsivos,
controles de todo tipo (precios, cambios, importaciones esenciales).
¿No aprenderemos nunca la lección de la historia?
¿Ahora le echaremos la culpa a "los golpes de mercado" de todo el
desorden económico y fiscal en el que nos hemos ido metiendo progresivamente?
¿Será posible hacer una transición ordenada de la presidencia del país en
diciembre de 2015 como hizo Sebastián Piñera con Michelle Bachelet en Chile
hace poco, aun cuando había grandes diferencias ideológicas entre ellos?
El déficit
fiscal permanente es el principal error de la política económica de la
Argentina. Desde allí surgen, como de una fuente envenenada, casi todos los
demás problemas del país. Debemos erradicarlo por completo, de raíz,
definitivamente, para siempre..
LA NACION
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