Panorama internacional
La convocatoria del Papa a una cumbre israelí-palestina en el Vaticano
tiene directa relación con el mensaje del presidente norteamericano en West
Point: el vacío de liderazgo global. Por Marcelo Cantelmi.
Cuando el papa Francisco en su viaje por Oriente Medio dejó comitiva y
protocolo y apoyó la mano para orar con la cabeza baja frente a un muro
cubierto de leyendas pro-palestinas, el gesto fue interpretado como un
arranque espontáneo de un líder sólo interesado en ayudar. La realidad
puede revelar una trama mucho más sofisticada.
El gesto como tal, tanto el del muro como la invitación a los
presidentes de Israel Shimon Peres y de los Territorios Palestinos Mahmud
Abbas, para una cumbre en el Vaticano el 8 de junio, existió por supuesto. Pero
difícilmente haya sido producto de un súbito momento de inspiración.
Particularmente esa cita que quedó formulada como un germen de
mediación. Hay pistas de un armado más complejo destinado a garantizar
resultados que no sólo aspira Francisco.
Cuando los dos papas anteriores llegaron a la región, Juan Pablo II y
Benedicto XVI, –hubo una visita previa en 1964 de otro pontífice, Paulo VI,
pero por entonces el Vaticano no reconocía al Estado de Israel-, lo
hicieron también a los territorios palestinos ocupados. Pero se preocuparon por
viajar primero a Israel, y recién desde allí siguieron a esas regiones en
disputa.
Bergoglio alteró esa agenda. Llegó a Jordania y viajó
directamente en helicóptero desde Amman hasta Belén, una de las ciudades
palestinas más importantes en el corazón de Cisjordania y desplazó a
Israel a la última escala de la gira. Si de símbolos se trata, además de ese
cambio en los itinerarios, también sorprendió que en el anuncio oficial del
Vaticano, la referencia hacia la máxima autoridad de los Territorios fue citada
como “el presidente del Estado de Palestina”. Ese Estado no es
reconocido ni por EE.UU. ni por Israel. Pero es su existencia la meta de los
palestinos y de quienes alrededor del mundo, incluidos también israelíes de
nota, se plantean de ese modo, con la instauración formal de esa entidad, la
solución definitiva a este contencioso.
Es improbable que estos movimientos no hayan sido discutidos entre el
Papa y Barack Obama cuando se encontraron en el Vaticano. De ahí que hay más que sensibilidad espiritual en lo que ha sucedido,
sino la urgencia que impone una crisis que se ha abismado de modo tal que sólo
parece encaminarse a la autodestrucción.
Washington, por diversos motivos, ha fracasado en modificar esa brújula.
Lo que grita este drama es la deuda que desde la mitad del siglo pasado
mantiene la humanidad con el compromiso del nacimiento de dos estados y no uno,
de la partición de la otrora provincia otomana bajo mandato británico. El
derecho palestino a un lugar en el mundo acabó siendo negado y hasta
desacreditado desconociéndose incluso la identidad histórica de ese pueblo.
En esa línea, para Israel, Cisjordania y Gaza son simplemente territorios en
disputa y no ocupados.
De haber existido perspectiva e inspiración en el momento de la
Partición de 1947, ese doble parto nacional hubiera permitido neutralizar el
conflicto hasta los niveles que terminó alcanzando. Lo que decantó fue un
espejismo en un callejón. En este camino sin salida, nació el término
“refugiados” por el aluvión de pobladores que debieron dejar las tierras donde
vivieron y murieron generaciones de sus ancestros. Ese dolor fue parte de
la furia en el mundo árabe, que se lanzó a un puñado de guerras que
consolidaron a quien pretendían derrotar, agigantando la crisis. Israel desde
entonces navega también en la brumosa lógica de negociaciones que
eternizaron el conflicto edificando temores y sospechas de que se busca
que aquella Partición jamás acabe de concretarse.
Quizá los ejemplos más recientes de ese sendero ayuden a comprender esta
idea. Cuando en diciembre de 2013 la ONU por amplia mayoría elevó a la Entidad
Palestina a Estado observador, Israel respondió con el anuncio de la
construcción de tres millares más de viviendas en Cisjordania y en Jerusalén
Oriental donde, respectivamente, los palestinos esperan establecer su
lugar y su capital y donde viven ya más de 700.000 colonos judíos. El plan
prometía obras en una zona especialmente sensitiva, la E-1 ubicada
más allá de los suburbios de Jerusalén Oriental. La intención, luego frenada,
pretendía reescribir el compromiso para evitar una explosiva contigüidad entre
la capital israelí y las colonias judías.
La ONU y Washington históricamente exigieron que no se edifique en ese
area porque las nuevas viviendas bloquearían el vínculo territorial
entre el norte y el sur de Cisjordania. Se complicaría así demencialmente
la gestión de un futuro Estado palestino y se volvería un embrollo el trazado
de fronteras precisas y seguras. Últimamente el ministro de Economía israelí,
el líder ultraderechista Nafatali Bennett añadió otro ladrillo al demandar la
anexión directa de la zona C de Cisjordania.
Se trata de un área que equivale al 62% del territorio que debería ser
el futuro mapa palestino.
Este cuadro ya profundamente negativo lo agrava aún más el vacío
de liderazgo global.
No hay una potencia que pueda trazar un límite que cierre el conflicto.
Es ahí donde aparece el respaldo de la figura de Bergoglio, cuya
influencia pastoral ha crecido al revertir el camino que eligieron sus últimos
predecesores, que generaron una iglesia más pequeña y menos popular.
Obama acaba de plantear en West Point un mensaje a favor de la contención
que reconoce aquella impotencia. La idea de un liderazgo global con esa base no
es negativa, pero es más consecuencia de lo que no hay que de la convicción. El
planteo tiene rasgos de la presidencia de Woodrow Wilson (1913-20), quien
pretendió inspirar su política exterior, al mando de un pacifista radical, en un
internacionalismo democrático de “diplomacia misionera” que acabó siendo falso.
Las semejanzas son sólo eso. Lo cierto es que Obama no logró construir
un liderazgo vigoroso que, entre otras cosas, desarme la presión de los
halcones israelíes y salve la gestión de su propio canciller.
Lo que el jefe de la Casa Blanca habló con el Papa, seguramente, fue
sobre esas necesidades. Es difícil, sin embargo, esperar un avance crucial de
la cita vaticana. Peres es un presidente saliente, y Abbas tiene vencido su
mandato. Pero el aliento del pontífice puede darle un tamaño oceánico al vacío
de las negociaciones. No podrá ser eludido. Y, quizá, tampoco trampeado. Es
bastante más de lo que hay ahora.
Copyright Clarín, 2014.
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