Los altos precios
del gas y la electricidad, las políticas energéticas y una inadecuada gestión
empresarial lastran la competitividad europea.
RODRIGO
VILLAMIZAR/EL PAÍS
Después de la gran crisis, los países iniciaron su carrera hacia la
recuperación y el crecimiento económico como lo hacen los participantes en una
maratón: mirándose a la cara y calculando el paso, guardando energías para la
fase final. Iniciado 2014, la carrera ha entrado en calor. El problema es que
nadie parece tener el combustible necesario para tomar una delantera cómoda. El
representante chino corre a media velocidad; Rusia, India y Brasil se ven
claramente disminuidos; Japón arrancó con brío: Abe, su entrenador, le ha
inyectado estimulantes autorizados pero de mucho riesgo. Los famosos estímulos,
aplicados por varios participantes, han logrado resultados de corto plazo pero
a un alto coste: disminuyen la capacidad de sostener altos ritmos en tramos
largos.
El símil es imperfecto, pero ilustrativo. La pregunta es cómo se ve el
final de la carrera en 2014 y en sucesivas pruebas hasta 2020, el final de la
década. Será difícil encontrar un experto comentarista que no dé por ganador a
EEUU por un margen similar al de los corredores etíopes en carreras auténticas.
Los segundos puestos están reservados para algunos emergentes (Brasil, Rusia,
India y China) y a la zaga estará Europa. ¿Por qué? La respuesta está en la
energía. Veamos.
Los altos precios de la electricidad y el gas continuarán afectando a
Europa durante los próximos 20 años y minando la competitividad adquirida en
los 20 anteriores. Y afectarán, de paso, a las industrias de energía intensiva
que emplean a cerca de 30 millones de personas y disminuirán las exportaciones
al 66% de lo que fueron en 2013. Las subvenciones a las energías renovables, a
pesar de los cambios en la legislación de países como España y Alemania,
seguirán tozudamente costando cerca de 300.000 millones de euros. Para la
reactivación de la energía nuclear y la puesta en marcha de la explotación del
gas de esquisto (shale gas) pasará una década en el más optimista de los
escenarios.
El caso de Alemania es quizás el más explícito. Las renovables
representarán un 35% del total en 2020 y un 80% en 2050. El pasado mes de
enero, el ministro alemán del Medio Ambiente alertó de que esta transición
hacia las energías limpias costará un billón de euros en las próximas dos
décadas. De ahí su propuesta de poner un límite a las subvenciones y suspender
las llamadas feed-in tariffs a toda nueva instalación.
La Agencia Internacional de la Energía (IEA), un think tank de
la OCDE —el club de los países industrializados—, no culpa a las políticas
medioambientales de la Unión Europea, pero sí califica de estructural la
diferencia creciente entre la competitividad industrial de EEUU y Europa. “No
es puntual. Es un nuevo fenómeno estructural”, aseguró Fatih Birol, economista
jefe de la IEA al Financial Times. “Europa no se dio cuenta de
la gravedad del asunto de la competitividad”, añadió, refiriéndose a la brecha
de costes de la energía que afecta profundamente a la industria pesada dependiente
del hierro, el acero y la petroquímica. En efecto, los precios del gas en
Europa son tres veces más elevados que en EEUU; los de la electricidad, el
doble. Y lo serán por mucho tiempo más. “La brecha de precios –dice Birol–
durara al menos 20 años”.
Los gestores de
las empresas norteamericanas buscan ganancias para compensar las pérdidas; los
europeos se contentan con sobrevivir
Pero pocos alcanzan a imaginar que, además de las políticas energéticas,
es la gerencia, o el management, lo que más diferencia a EEUU de
sus competidores europeos. Si bien los recursos energéticos y las materias
primas pueden dar ventaja comparativa a ciertas regiones sobre otras, lo que no
estaba claro es si EEUU era superior en otros capítulos. La realidad pura y
dura es que, según destacados analistas económicos como Mathew Stewart (The
Management Myth), Nicholas Bloom y John Van Reenen, la calidad delmanagement en
EEUU es superior en un 30% a la de Europa gracias a que sus empresas tienen una
mejor gestión y el clima de innovación y productividad actúa a su favor. Según
los sondeos postcrisis, los gestores de las empresas norteamericanas buscan
ganancias para compensar las pérdidas; los europeos se contentan con
sobrevivir.
¿Qué soluciones se ven en el horizonte europeo? Una reestructuración de
los recursos públicos dirigidos a las energías renovables; un llamamiento
global a otros continentes y regiones para concertar políticas comunes
encaminadas a reducir las emisiones de carbono; un replanteamiento cuidadoso y
responsable para acometer exploración de gas de esquisto o gas de pizarra;
también un replanteamiento de la política de generación nuclear de
electricidad, y mayores recursos e incentivos para incrementar la eficiencia
energética.
En síntesis, un programa de difícil venta y aún más difícil puesta en
marcha. Todo esto en un ambiente cargado de hostilidad por parte de las grandes
empresas de suministro de energía, ausencia de liderazgo político regional y un
firmamento financiero cargado de nubarrones respecto al euro y a la
reactivación de las economías de la Unión. Por estas razones los principales
líderes empresariales de Europa han hecho un llamamiento destinado a lograr una
política unificada financiera económica y de comercio internacional para evitar
caer, como continente, en la irrelevancia global.
Rodrigo Villamizar Alvargonzález, ex ministro de Estado de
Colombia y ex embajador, es profesor de la Universidad de San Diego (EEUU) y
del IEB, en Madrid.
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