Superada la crisis del espionaje, el presidente francés se sobrepone a
su situación sentimental para asegurar que “la confianza mutua ha sido
restablecida”.
Francois Hollande saluda desde la Casa Blanca, junto a Michelle y Barack Obama. / JONATHAN ERNST (REUTERS)
Los presidentes de Estados Unidos,
Barack Obama, y de Francia, Francois Hollande, hicieron este martes
en Washington una exhibición de la solidez actual de su alianza, una garantía,
según ellos, de que ambos países están dispuestos a actuar unidos para
consolidar los progresos en Irán, reforzar la cooperación económica
trasatlántica y frenar la extensión de la catástrofe humanitaria en Siria, con
el uso de la fuerza si llegase a ser necesario.
“La confianza mutua ha sido restablecida”, sentenció Hollande, en su rueda de
prensa con Obama, para certificar que el último obstáculo
aparecido en las relaciones bilaterales, el de los programas de espionaje de EE
UU, ha sido definitivamente superado.
Francia y EE UU tienen hoy mejores relaciones “que hace cinco, diez,
quince o veinte años”, insistió el presidente norteamericano, que confesó
entenderse personalmente con Hollande y admirar el papel histórico de Francia.
Obama dijo que ningún lugar del mundo enciende el corazón como París en
primavera y Hollande expresó su orgullo por
pisar “un país consagrado a la libertad y la igualdad donde
cualquiera puede conseguir sus sueños”. Tantos fueron los elogios mutuos que
una periodista francesa preguntó a Obama si Francia había desplazado al Reino
Unido como el mejor aliado norteamericano en Europa. Obama respondió,
cortésmente, que no se le pidiera decir a cuál de sus dos hijas quería más.
Obama y Hollande intentaron demostrar que esa alianza no
se limita al plano afectivo o retórico. Dijeron que están “absolutamente
unidos” en su voluntad de impedir que Irán tenga armas nucleares. Informaron
que han abierto un “diálogo comercial” para estimular las inversiones en ambas
direcciones. Y prometieron hacer sus mejores esfuerzos por sacar adelante
cuanto antes el tratado de libre comercio entre EE UU y la Unión Europea.
Pero el escenario en el que esta alianza debe ponerse a prueba de forma
urgente es Siria. Hollande ha demostrado ya de sobra ser un verdadero halcón en
lo que respecta a Siria. Fue el primer gobernante mundial en sumarse el año
pasado a los planes norteamericanos de intervenir militarmente para destruir el
arsenal químico de ese país, y también fue el último en descolgarse de ese
proyecto, incluso después que el propio Obama.
Ahora el deterioro de la situación
en Siria es tan grave que vuelve a aparecer, aunque
remotamente, la posibilidad del recurso a la fuerza. Obama dijo que, por el
momento, no creía que esa fuese la solución a la crisis, pero admitió que la
puerta sigue abierta y que, puesto que “la situación es muy fluida”, “todas las
opciones pueden ser consideradas en el futuro”.
Ambos presidentes admitieron que las conversaciones de Ginebra no han
conseguido ni de lejos sus objetivos y que la degradación de las condiciones de
vida de la población siria es inaceptable. “Siria se está desmoronando”, dijo
Obama. Hollande extendió esa preocupación a Líbano y aseguró que ni él ni el
presidente de EE UU iban a tolerar la división de ese país.
El presidente ruso, Vladimir Putin,
fue uno de los principales destinatarios del mensaje de unidad
que Obama y Hollande quisieron dar. El presidente norteamericano recordó que
Rusia “no parece estar muy preocupado por la suerte que sufran los sirios” y se
ha convertido en “una resistencia” a cualquier solución.
La novedad de esta estrecha colaboración entre dos naciones que hasta
hace poco se caracterizaban más bien por sus desencuentros parece haber sido
suficiente para alejar por un rato el fantasma que ha perseguido a
Hollande hasta Washington, el de su situación sentimental.
Es, obviamente, un asunto incómodo que los periodistas tuvieron la
delicadeza de no abordar en la rueda de prensa, pero con el que Hollande
tendría de nuevo que convivir en la cena de gala de la noche, con sus
anticuados protocolos en la mesa y en el baile de gala. Afortunadamente para
él, se encuentra frente a una pareja que no es muy amante de tanta solemnidad y
que, con la de Hollande, ha celebrado solo cinco visitas de Estado. El honor,
por cierto, le correspondía a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, que renunció por el asunto de las
escuchas.
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