Juan Luis Cebrián conversa con la
jefa de Estado brasileña, antigua guerrillera, torturada y encarcelada durante
tres años por la dictadura.
La entrevista se realizó en
Brasilia en vísperas de la Cumbre Iberoamericana de Cádiz.
Juan
Luis Cebrián
“Yo no creo
que el problema de Europa sea su modelo de Estado de bienestar. El problema es
que se han aplicado soluciones inadecuadas para la crisis y el resultado es un
empobrecimiento de las clases medias. A este paso se producirá una recesión
generalizada”.
Me hubiera gustado comenzar la conversación por
hablar de su pasado político, que transcurrió entre responsabilidades
logísticas en la guerrilla armada, o preguntarle antes que nada por los
desafíos que Brasil afronta, pero ella ha entrado en la sala como un torbellino
dispuesta a despedazar las claves de la crisis europea, que amenaza con
impactar en el desarrollo de los países emergentes. “Nosotros ya hemos vivido
esto. El Fondo Monetario Internacional nos impuso un
proceso que llamaron de ajuste, ahora lo dicen austeridad. Había que cortar
todos los gastos, los corrientes y los de inversión. Aseguraban que así
llegaríamos a un alto grado de eficiencia, los salarios bajarían y se
adecuarían los impuestos. Ese modelo llevó a la quiebra de casi toda
Latinoamérica en los años ochenta. Las políticas de ajuste por sí mismas no
resuelven nada si no hay inversión, estímulos al crecimiento. Y si todo el
mundo restringe gastos a la vez, la inversión no llegará”. Lo dice con
convicción, alzando las manos en expresivo gesto que indica el camino a seguir,
es todo su cuerpo el que protesta por lo que está pasando al otro lado del
Atlántico y pienso que si no existiera ya en la Historia una Dama de Hierro quizá
alguien se habría atrevido a sugerir este apodo para ella. La prensa
internacional considera a Dilma Rousseff, 36ª presidente de la
República Federativa del Brasil, una de las tres mujeres más
poderosas del mundo, junto con Angela Merkel y la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton.
A Clinton le quedan dos meses en el cargo, con lo que el triunvirato puede
verse pronto reducido a un duelo de titanes. ¿Le ha dicho ya a la canciller
alemana cuáles son sus puntos de vista sobre la política que ella está
imponiendo en Europa? “Se lo he dicho en todas las reuniones del G-20.
Europa pasa por algo que ya conocimos en América Latina. Hay una crisis fiscal,
una crisis de competitividad y una crisis bancaria. Y las recetas que se están
aplicando llevarán a una recesión brutal. Sin inversión será imposible salir de
la crisis. Por supuesto hay que pagar las deudas, la consolidación fiscal es
necesaria, pero se precisa tiempo para que los países lo hagan en condiciones
sociales menos graves. No solo por una cuestión ética, sino también por
exigencias propiamente económicas. El euro es un proyecto inacabado y si Europa
quiere resolver sus problemas tiene que completarlo, mediante la supervisión y
la unión bancaria. En realidad el euro no es una moneda única hoy. El mercado
distingue entre el euro español, el euro italiano, francés, griego o alemán. El
BCE tiene que ser el prestamista de ultimo recurso, pero no solo: hace falta
que exista un mercado de títulos, un mercado de deuda, como en el resto de los
países. La moneda única europea es una de las mayores conquistas de la
Humanidad, precisamente en un continente tan castigado por las guerras y las
disputas internas. Se trata de un fenómeno económico, social, cultural y
político que significa un avance formidable, pero de momento está incompleto.
No puede seguir así si queremos vencer a la crisis. Es el tiempo de construir
los consensos, y para ello es importante que exista un liderazgo”.
No es precisamente liderazgo lo que falta en
Brasil. Las encuestas atribuyen a Dilma Rousseff más de un 70% de popularidad,
porcentaje aún mayor del que gozaba su predecesor en el cargo y mentor en su
carrera política, Lula da Silva. La continuidad básica de una política
económica que dura ya casi dos décadas (desde que Fernando Henrique Cardoso
emprendiera su amplio programa de modernización) ha convertido a
Brasil en la quinta economía del mundo y hoy es un interlocutor imprescindible
en cualquier escenario internacional. La llegada de Lula a la presidencia
supuso todo un terremoto. Las clases bajas experimentaron un sentimiento de
autoestima como nunca habían tenido hasta entonces al ver que un obrero ocupaba
la presidencia de la República. Era todo un símbolo de la nueva política de
inclusión social que anunciaba ya el proyecto estrella de Rousseff: hacer de
Brasil un país de clases medias, no solo en lo que se refiere a los estándares
de vida, sino sobre todo en lo que concierne al nivel educativo de la
población.
Dilma no tiene el carisma de Lula, pero brilla por
sí misma por su eficacia y su convicción política. Se incorporó al PT, el
partido del Gobierno, años más tarde de su fundación, tras haber militado en el
socialismo de Lionel Brizola y, antes, en dos organizaciones marxistas que
promovían la lucha armada. Detenida y torturada por la dictadura militar, fue
encarcelada durante tres años, y esa experiencia personal supone un plus de
credibilidad a los ojos de todos los demócratas. Le comento que yo tuve
oportunidad de vivir Mayo del 68 en París y soy uno de los huérfanos de aquella
revolución. Los jóvenes españoles de la época seguíamos con admiración los
procesos latinoamericanos, iluminados entonces por la esperanza más tarde
frustrada del castrismo. Cuatro décadas después, muchos líderes de aquellos
movimientos ocupan posiciones de poder en la economía, la política y la cultura
y son objeto de protestas similares a las que ellos encabezaron. ¿Mereció la
pena todo aquello?
“Necesariamente la gente evoluciona. Yo en
diciembre de 1968 no andaba en política ni me había incorporado a la
clandestinidad. Entonces sucedió lo que se conoce en Brasil como el golpe
dentro del golpe: un endurecimiento de la dictadura militar. A partir de ese
hecho, cualquiera de mi generación que tuviera la más mínima voluntad
democrática era violentamente perseguido. De modo que desde mi punto de vista
personal sí valió la pena, y mucho. Una parte de la juventud tuvo el gesto
generoso de pensar que era su obligación luchar por su país, incluso
incurriendo en algunos errores. Puede que aquellos métodos no condujeran a
nada, no tuvieran futuro y constituyeran una visión equivocada sobre la salida
de la dictadura. Pero en la gente anidaba un sentimiento de urgencia, creían
que en Brasil no podría haber una reforma democrática, también por su visión
pesimista sobre los dirigentes del país. Con los años he comprobado nuestro
exceso de ingenuidad y romanticismo y nuestra falta de comprensión de la
realidad. No percibíamos que esta era mucho más compleja, que podía haber
diferentes soluciones de futuro. Mi estancia en la cárcel me ayudó a entender
que el régimen militar no sobreviviría, porque no podía detener, torturar y
matar a toda la juventud. El país había comenzado a transformarse y exigía un
cambio. Enseguida comenzó la complejidad de la transición. A mí me detuvieron
en 1970 y la apertura empezó en 1974, con el presidente Geisel. Se trataba de
una apertura controlada, ‘lenta, gradual y segura’ en el idioma oficial; no era
todavía la democracia, pero las condiciones habían cambiado. Entre 1970 y 1974
transcurrió la etapa más negra de la dictadura. Luego resultó evidente que no
había solución a los problemas económicos y sociales sin democracia. Tal vez lo
que diferencia a mi país de otros de América Latina es que nosotros tuvimos una
fe sin restricciones en el valor de la democracia. Eso hizo que el proceso
resultara menos duro”.
Sin embargo, la democracia está perdiendo prestigio
en Occidente, le digo, sobre todo por su aparente incapacidad para responder a la
crisis, para reformar el capitalismo. Existe en cambio una cierta admiración
por el mandarinato chino, dada su eficacia en gestionar el crecimiento.
“Tal vez la mejor cosa de China es que sabe definir
sus metas. No creo que nadie tenga que imitar a ningún país, pero se puede
aprender de sus mejores prácticas. Yo, por ejemplo, pretendo hacer un plan a
medio plazo. Para saber dónde quiero llegar tengo que iluminar también el
presente, definir cuál debe ser mi tasa de inversión si quiero doblar la renta
per capita de Brasil, y en cuanto tiempo. Tal vez podamos hacerlo en 12 o 15
años, mediante una política adecuada de inversión pública y privada…
Naturalmente que se trata de proyecciones, luego la realidad es muchas veces
diferente, pero si te marcas una meta lo importante es acercarte lo más posible
a ella. Cuando la consigues del todo es porque la meta estaba mal definida”.
Esta cultura del esfuerzo desdice de los tópicos
del Brasil de samba y carnaval que tanto daño han hecho a la imagen del país,
de igual modo que en nuestro caso abundan las diatribas de los nórdicos contra
los perezosos europeos del sur y los clichés de fiesta y siesta se imponen a la
hora de caricaturizar a los españoles. “Eso de que en la zona euro los nórdicos
trabajan mucho, gastan poco y son muy competitivos mientras los del sur son
perezosos, se endeudan de más, gastan sin control y no contribuyen al euro, es
una historia mal contada. Los países más avanzados de Europa se han beneficiado
de un mercado de 600 millones de personas y de una zona monetaria única, con lo
que mantuvieron tasas de cambio inferiores a las que les hubiera correspondido
por sus superávits”. Rousseff maneja de memoria las cifras, los porcentajes y
las magnitudes, conoce el lenguaje de los mercados y argumenta en su mismo
idioma. Una cualidad extraña entre los políticos del momento, que se entregan
en manos de tecnócratas y aplican las recetas de los expertos. Estos señalan
por su parte que el crecimiento de Brasil se ha moderado y muchas voces alertan
del contagio de la crisis en los países emergentes.
“La recesión europea está alargando los plazos para
una mayor recuperación de las economías que no tienen problemas fiscales ni
financieros, están en crecimiento positivo y practican políticas anticíclicas,
como Brasil. Estamos haciendo de todo para impulsar de nuevo nuestro
crecimiento, hemos reducido los costos de capital, los del trabajo también, y
bajado muchos impuestos para impulsar el consumo”. ¿Es este un modelo a seguir?
¿Podríamos decir que responde a un estándar replicable por un cierto tipo de
izquierda en América Latina? “Lejos de mí proponer ningún tipo de modelo, pero
lo que en nuestro caso operó como elemento transformador fue comprobar cuando
llegamos al Gobierno que había, ¿cómo decirlo?, determinados falsos dilemas,
idénticos a los que hoy enfrenta Europa. Disyuntivas como controlar la
inflación o impulsar el desarrollo, reducir el gasto público o invertir,
desarrollar primero el país para luego distribuir rentas, luchar solo contra la
pobreza o entrar de un salto en la economía del conocimiento, optar entre el
mercado externo y el consumo interno. A mi ver, todas estas cosas deben
abordarse simultáneamente. Distribuir renta, por ejemplo, es una exigencia
moral, pero también una premisa para el crecimiento. De ahí la importancia de
la política económica”.
En comentarios como este se basan los que atribuyen
a Dilma ejercer un pragmatismo desideologizado. A mí no me lo parece. Creo más bien
que su popularidad radica en el triunfo de la política, en el reconocimiento de
que son las decisiones políticas las que determinan el devenir de la economía,
los mercados incluidos. También en su capacidad de decidir, que ha hecho que la
tilden de autoritaria.
“El trípode en el que hemos apoyado nuestra acción
es bien simple: cuentas públicas austeras, inflación bajo control y acumulación
de reservas en divisas para proteger nuestra moneda de la especulación, lo que
fortalece nuestro sector externo. Pero al mismo tiempo nos pusimos a construir
un mercado interno, sobre todo combatiendo un déficit habitacional formidable.
Bajamos además los tipos de interés para evitar las inversiones extranjeras
directas especulativas. Creamos así instrumentos de crédito que facilitaran el
acceso a la vivienda a los poseedores de rentas medias y bajas. Vamos a
entregar un millón de casas nuevas y vamos a contratar dos millones más. Hay
quien dice que con esta política en Brasil se va a formar una burbuja, pero no
corremos ningún riesgo al respecto”. ¿Ninguno? ¿No será que la gente no ve la
burbuja cuando está dentro de ella? “Ningún riesgo. Estamos muy lejos de nada
semejante. Ni siquiera tenemos un buchito de agua en el que pueda formarse una
pompa de jabón”.
Pese al optimismo de esta narración, Brasil
enfrenta serios problemas que impiden un crecimiento más rápido y equilibrado.
El milagro de su economía se basa fundamentalmente en la exportación de
materias primas, agroalimentarias y minerales. El país tiene deficiencias
importantes en infraestructuras y suministro de energía, que la propia Dilma,
como ministra del ramo durante el Gobierno de Lula, comenzó a paliar con su
programa Luz para Todos. Los proyectos que tratan de dar respuesta a estas
carencias, como las presas hidráulicas en el Amazonas, convocan la oposición de
los ambientalistas y las tribus indígenas, apoyados en sus reivindicaciones por
famosos como Sting o Sigourney Weaver. Otros países de la región, singularmente
Perú, se han topado con similares
obstáculos a la hora de explotar yacimientos auríferos, lo que demora
enormemente los proyectos. “La única manera de abordar este tema es realizar
audiencias públicas, tantas cuantas sean necesarias. Hicimos hasta 25 para las
presas de San Antonio y Jirau. Pero organizar un diálogo no significa pasarse
un siglo discutiendo. Los ciudadanos tienen que aceptar lo que es razonable,
exigir que las empresas privadas cumplan con sus compromisos y, finalmente,
asumir que llega un momento en que el propio debate se acaba. En las represas
que he citado llegamos a debatir cómo y cuándo un pez podía pasar de un lado al
otro del río. Además, después de ese proceso, quedan los recursos ante el
ministerio público. De manera que cuando una presa comienza a construirse se
han sorteado todas las barreras imaginables. Aquí no existe otra forma de hacer
las cosas”.
Semejantes audiencias pueden durar hasta un año o
año y medio, e incluso más, por culpa de la muy exigente y rígida burocracia
brasileña, con lo que los viajeros extranjeros que llegan por estas fechas al
país se sorprenden del retraso evidente en la construcción de infraestructuras
necesarias para la celebración de la Copa del Mundo de Fútbol en 2014 y los
Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016. La escasez y poca funcionalidad de
los aeropuertos, la deficiente red de carreteras, la debilidad de la oferta
hotelera, y el propio retraso en la construcción de instalaciones deportivas
saltan a la vista. El Gobierno asegura no obstante que no hay que preocuparse:
dos estadios nuevos van a inaugurarse el próximo diciembre en Fortaleza y Belo
Horizonte, y este mismo mes se privatizará la gestión de algunos aeropuertos.
Por lo demás, prepara licitaciones para la construcción de nuevas vías férreas,
puertos y carreteras. “En este sector las empresas españolas son muy
competitivas. OHL fue aquí una de las grandes pioneras en hacer
autopistas, y a precios bien asequibles. A la Cumbre Iberoamericana de Cádiz
voy a viajar con un grupo de inversores privados con los que eventualmente
puedan asociarse los españoles y vamos a presentar un plan sobre inversiones
disponibles en el área de infraestructuras”.
El trípode en el que hemos
apoyado nuestra acción es simple: cuentas austeras, inflación baja y reservas
en divisas
El otro gran desafío es la educación, en un país
con más de un 10% de analfabetos funcionales entre la población por encima de
los 15 años. “En mi proyecto de hacer de Brasil un país de clases medias, tengo
que enfrentar simultáneamente la lucha contra la pobreza y garantizar padrones
educativos similares a los del primer mundo. Todos los niños de Brasil van a
tener un nivel mínimo de lectura y escritura y manejar operaciones matemáticas
hasta determinado año. Después es preciso que tengan una educación a tiempo
integral para que puedan ingresar en la escuela con un cierto nivel, de modo
que estoy hablando de guarderías. No tengo dinero para financiar un plan así
para todo el mundo, pero sí para la población más pobre. Para la clase media ya
existen guarderías de buena calidad. Guarderías y preescolar: eso construye el
futuro. Además nos inspiramos en algunos modelos alemanes, y nos estamos
asociando con nuestra querida señora Merkel para establecer programas de
enseñanza técnica profesional como alternativa a la universidad. En esta
trabajamos por una universidad pública de excelencia, contratando profesores
visitantes de nivel mundial. Hemos aprobado una ley que establece que el 50% de
las becas para las universidades públicas sea para los alumnos de la escuela
pública y para los de rentas más bajas y los negros. Porque ahora todos los
alumnos de la enseñanza privada van a la universidad pública también”.
Infraestructuras y educación: un programa que
recuerda como ningún otro a la escuela y despensa del regeneracionismo español.
Pero también industria (“Brasil no puede ser un país de servicios”), desarrollo
tecnológico, potenciación del sector automovilístico y sus empresas auxiliares,
desarrollo siderúrgico y agroalimentario. Lleva dos años en el poder y dentro
de dos podrá presentarse para un segundo mandato. ¿En seis años va a poder
hacer todas esas cosas? “¿En cuántos años dice? No sé. Voy a dejar una buena
contribución a ese programa. Lula estuvo dos legislaturas y me transmitió un
gran legado. Yo pretendo hacer lo mismo con quien me suceda. Si van a ser
cuatro u ocho años solo el pueblo brasileño lo sabe”.
Y en ese periodo, junto a las transformaciones
económicas, ¿cambiará también el sistema político? ¿Cuál es el futuro de la
democracia brasileña? Lula dijo que habían conseguido que Brasil fuera un país
previsible. “No solo eso, nuestra democracia es también muy rica en términos de
debate. Estamos acostumbrados a discutir en torno a una mesa, es todo un hábito
entre nosotros. A Bill Clinton eso le llamó la atención. La democracia brasileña
está acostumbrada a dialogar. En algunos países puede causar extrañeza o pavor
que la presidente de la República converse con las centrales sindicales. Para
nosotros es de lo más normal. A veces estamos de acuerdo y a veces no”. ¿Por
qué no enseña eso a los españoles?, le pregunto. “Cada uno tiene su sistema,
¿no? Pero países complejos como los nuestros exigen diálogo y participación. La
experiencia dicta que es bueno plantar cara a los conflictos”.
Hablamos de los medios de comunicación, de las
dificultades que los nuevos sistemas de opinión pública, las redes sociales,
generan a quienes ocupan el poder. “Siempre he dicho que la prensa brasileña
comete excesos, pero los prefiero al silencio de la dictadura. De cualquier
manera en este país ya no existe algo que era tradicional entre nosotros: un
formador de la opinión. Desde hace 10 años tomamos las decisiones políticas en
función de lo que beneficia a los brasileños, no por preconceptos ideológicos o
de cualquier otro tipo. El pueblo no se deja manipular en absoluto”. Después me
recuerda que no tuvo el apoyo de la prensa ni los grandes medios durante la
campaña presidencial, pero sin embargo logró un 56% de los votos en las
elecciones.
Celebramos la entrevista el pasado lunes 12 de
noviembre, el mismo día que fueron hechas públicas las penas de cárcel
por corrupción contra José Dirceu, fundador junto con Lula del PT,
primer jefe de Gabinete del anterior presidente, sustituido en el cargo
precisamente por Dilma cuando se vio obligado a dimitir por el escándalo del
llamado caso mensalao. Conocí la sentencia a la salida de mi encuentro
con Rousseff, por lo que es más que probable que ella la conociera cuando
hablaba conmigo. El juicio, en el que Dirceu asegura haber sido condenado sin
pruebas, estuvo trufado de intereses políticos y de una abrumadora campaña
mediática en contra de los acusados, cuyo objetivo indudable era salpicar la
figura del propio Lula da Silva. “Pocos Gobiernos han hecho tanto por el
control del gasto público como el del presidente Lula. Entonces abrimos el
Portal de Transparencia, con todas las cuentas públicas al alcance de quien
quiera consultarlas. También hicimos una Ley de Acceso a la Información que
obliga a divulgar los salarios de los dirigentes. Estoy radicalmente a favor de
combatir la corrupción, no solo por una cuestión ética, sino por un criterio
político. Hablo ahora de la corrupción de los Gobiernos, no la de otro tipo
como la de las empresas, que también existe. Un Gobierno es 10.000 veces más
eficiente cuanto más controla, más fiscaliza y más impide. No hay términos
medios en este aspecto, ni componendas de ninguna clase, lo que en Brasil se
llama medio embarazos. Ha habido diversos procedimientos jurídicos en este
terreno y como presidente de la República no puedo manifestarme sobre las
decisiones del Tribunal Supremo Federal. Acato sus sentencias, no las discuto.
Lo que no significa que nadie en este mundo de Dios esté por encima de los
errores y las pasiones humanas”.
Las pasiones humanas y las políticas, le apunto.
“Tal vez estas sean de las mayores. Pertenecemos a
una generación que ha vivido intensamente. Como me dijo el presidente Mujica de Uruguay: ‘Nuestra generación
luchó mucho y vaya burradas que cometimos, ¿eh, Dilma?’ [El actual presidente
uruguayo participó también en la guerrilla armada contra la dictadura de su
país].
Es un hombre muy divertido. Siguió diciéndome que
él había tenido la época de la política, la de la pasión, la de esto y aquello,
la época del Gobierno…
—Pero cuando me convertí en presidente yo estaba en
la época de las flores— añadió, porque él planta flores”.
Luego se levanta, entre tímida y divertida. Me
tiende la mano y me dice a modo de despedida: “Esa es también mi época, estoy
en la de las flores”.
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