Los talentos / Hoy, Lucía Álvarez de Toledo,
biógrafa de Ernesto Guevara
Lucía
nunca tiene sueños premonitorios. Y por lo tanto, tampoco soñó aquella noche
fatal de octubre de 1967 con el ignoto sargento Terán, que acababa de rociar de
plomo a un antiguo vecino de Barrio Norte. La noticia daba vuelta al mundo y
ocupaba los titulares de Il
Messaggero . Lucía dormía en
un hotel de Roma, y un periodista de esa redacción la despertó para preguntarle
si ya había leído el diario: acababan de matar a Ernesto Guevara en una pequeña aldea de Bolivia . Lucía hizo un silencio y pensó:
"Menos mal". Fue una frase que en cierto modo la avergonzó, puesto
que la ejecución del Che era para ella la noticia más triste. Pero había algo
peor que la muerte, y era la decepción. Que fuera torturado, quebrado y
transformado por sus enemigos; bajado a golpes del pedestal donde ella lo
tenía.
Lucía
Álvarez de Toledo era también una burguesa ilustrada de Barrio Norte, bien
alimentada y amiga de amigos y parientes de los Serna, los Llosa y los Guevara
Lynch: "Nos conocíamos todos, éramos de la misma clase social".
Durante un tiempo ambos coincidieron en la calle Arenales, a nueve cuadras de
distancia. Luego la familia del Che se mudó a Aráoz y Mansilla. Lucía lo había
visto a Ernesto jugar al rugby en San Isidro, y mucho más tarde había seguido,
embelesada como tantas ("todas estábamos enamoradas del Che"), las
aventuras de aquel comandante que había revolucionado Cuba y de aquel
guerrillero icónico que era probablemente el hombre más famoso de América
latina. Aunque ella no adscribió al guevarismo en su concepto esencial (la
lucha armada marxista), sí abrazó una suerte de filosofía guevarista, que
consiste en admirar al hombre acomodado que lo deja todo para luchar por los
pobres, que lleva sus convicciones sin desmayos y que se encuentra con su
destino sacrificial. Ese temple y no la ideología es, en verdad, lo que
millones de personas de distinto pensamiento político admiran del Che en todo
el mundo. "Yo soy budista, imaginate, detesto la violencia, pero me
cautivó su integridad, el hecho de ser fiel a sí mismo y no traicionarse",
me cuenta. El día en que le comunicaron su muerte, Lucía decidió cambiar su
vida. "No agarré el fusil, pero sí la pluma -bromea-. Me comprometí a
hacer algo. Me obsesioné con estudiar su historia, seguir sus pasos, hablar con
sus compañeros de lucha. Fue una larga búsqueda; tal vez de mí misma."
Lucía lo había visto a Ernesto jugar al rugby en
San Isidro, y mucho más tarde había seguido, embelesada como tantas
("todas estábamos enamoradas del Che"), las aventuras de aquel
comandante que había revolucionado Cuba y de aquel guerrillero icónico que era
probablemente el hombre más famoso de América latina
El resultado de tanto empeño es una biografía llamada La historia del Che Guevara , que Lucía publicó primero en
inglés. Hace cuarenta años que esta argentina bilingüe vive en Londres, traduce
para la BBC y es
la intérprete oficial de Wimbledon, donde asiste a las grandes estrellas del tenis.
Su libro está por aparecer en Canadá, China, Vietnam y, de manera inminente, en
la Argentina. Al
revés de otras biografías de Guevara, ésta cuenta con la mirada femenina y, por
lo tanto, explora la intimidad sensible del hombre real y no se entrega a la
mera leyenda que han construido a base de bronce sus mistificadores.
"Cuando yo leía las otras biografías que se publicaron sentía que ese
hombre no era el verdadero Che Guevara y tampoco podía reconocer esa Argentina
que lo formó y en la que yo me crié", confiesa. Hija de un alto ejecutivo
de empresas multinacionales y alumna del Northlands de Olivos, Lucía trabajó un
tiempo en Radio Municipal, que funcionaba en el sótano del Teatro Colón, y
luego se lanzó al mundo. Viajó con una beca a la India y quedó
voluntariamente varada en Europa. Después se radicó en Londres, se recibió de
traductora profesional y se vinculó a la producción cinematográfica. Tradujo
muchos guiones, y también El
diario del Che en Bolivia y,
en un solo volumen, los dos libros del padre del héroe de Sierra Maestra.
Títulos, revistas, fotos, grabaciones, documentos, papeles, testimonios,
anécdotas, detalles: Álvarez de Toledo coleccionó a lo largo de las décadas
todo lo que llevara el sello del señor Guevara sin tener conciencia cabal de
para qué lo hacía. En un momento dado, intentó incluso realizar un documental
con Pepe González Aguilar, amigo de la infancia del Che, pero el proyecto
finalmente quedó en la nada. "No pasa un solo día sin que yo salga a la
calle y encuentre su cara o su nombre en un cartel o en una revista, o lo vea
en una remera o en una pared ¬señala-. En Katmandú hay sólo dos ídolos
estampados en las camisetas: el Che y Bob Marley. A veces, en alguna parte del
planeta paro a un chico y le pregunto si sabe quién es ese barbudo. Recibo
distintas respuestas. Desde que es una estrella de rock hasta que es un hombre
malvado que asesinó a mucha gente. Para casi todos no es argentino, es
cubano."
En su
larga búsqueda solitaria, la dama viajó muchas veces a Cuba, Bolivia, Uruguay,
Rusia, Tanzania. Entrevistó a amigos y enemigos, a camaradas y a familiares. Y
hace muy poco, apenas dos años atrás, al fin una editorial inglesa se interesó
por su investigación y la convenció de escribir la biografía. Treinta años de
pesquisa apasionada cobraron de repente un sentido profundo.
Hablamos
de la famosa foto donde Guevara lee LA NACION en una cumbre diplomática celebrada en
Punta del Este. Era agosto de 1961, pocos días antes de su encuentro con Arturo
Frondizi. "Los diversos embajadores argentinos de aquella época que
viajaban para asistir a asambleas de organismos internacionales me contaron que
siempre tenían que llevarle al Che un ejemplar de este diario -me dice Lucía-. El
Che iba en representación de Cuba, pero les pedía LA NACION para luego comentar
con ellos la realidad argentina, que nunca dejó de interesarle."
Las 450
páginas de su obra narran de manera limpia y lujosa los hechos históricos y sus
entretelas. La infancia y juventud en la primera patria del Che le sirve a
Álvarez de Toledo como una suerte de laboratorio para analizar cómo se
generaron las extraordinarias características de su personalidad. Allí escribe
sobre la lección del asma: "Mirar a la muerte cara a cara cada vez que se
ahogaba y no podía respirar le hizo ver la vida de otra manera. A una edad en
la que casi todos los niños sueñan con volverse intrépidos exploradores y
temibles piratas, Ernestito se familiarizaba con su condición de criatura
mortal".
Luego recuerda que el Che fue llamado en 1947 a presentarse para el examen médico
del servicio militar, y que se dio una ducha fría sabiendo que le causaría un fuerte
ataque de asma. Se presentó en ese estado a revisión y fue declarado
físicamente no apto y eximido. "Por una vez -dijo- estos pulmones de
mierda han hecho algo útil por mí."
El guerrillero era extremadamente seductor, era la
seducción misma, pero sin conciencia de ello. Se narra su amor por Aleida March
Torres, su segunda y joven mujer: alguien difícil, "terriblemente celosa"
Se ocupa la autora de sus padres, a quienes define como
iconoclastas, con valores éticos y estéticos contrarios a su clase social, y
con un hogar donde se daba cobijo a los pobrísimos republicanos que escapaban
de la Guerra Civil
Española. "Los Guevara ponían la comida y nosotros las bocas",
confiesan los beneficiarios.
También
alude a la prehistoria familiar, cuando vivían en Córdoba y llegaba la hora del
té. Ernestito entraba en la casa con el batallón de amigos de la calle con
quienes jugaba al fútbol, y había leche para todos. El Che quedó profundamente
impresionado al descubrir, una tarde, que algunos de aquellos amigos vendían
alfajores en los trenes.
Desde su
admiración por los peones y los pueblos originarios hasta su sentido del honor,
todo parece inscripto en esos primeros años, en esa vieja Argentina que Lucía
también conoció. Luego Guevara vendría a la Capital y a las canchas de San Isidro, y más
tarde a la Facultad
de Medicina. "Los estudiantes se proveían de cadáveres en el manicomio -me
comenta Lucía-, donde era fácil conseguirlos porque muchos de los enfermos que
morían habían sido abandonados. Los estudiantes podían comprar un cadáver
entero y trabajar con él durante varias semanas en la morgue. Una vez Ernesto
se llevó una pierna para estudiarla. Envolvió la pierna en unos diarios y tomó
el subte. A medida que el envoltorio se iba deshaciendo quedaban a la vista los
dedos del pie. Los pasajeros no sabían qué pensar y lo miraban raro. Ernesto se
divirtió mucho con el impacto causado y llegó a casa riéndose a
carcajadas."
El
guerrillero era extremadamente seductor, era la seducción misma, pero sin
conciencia de ello. Se narra su amor por Aleida March Torres, su segunda y
joven mujer: alguien difícil, "terriblemente celosa". Y también las
instancias de sus otras parejas. Guevara amó a esas mujeres tanto como un
hombre enamorado de la revolución podía hacerlo. Escondido en Tanzania, después
de la tremenda derrota del Congo, el Che pasó unos días con Aleida. No describe
Lucía la pasión sexual que había entre ellos, pero muestra la sensualidad de
ese guerrero que enseñaba amorosamente francés a su guajira.
"Este tipo salió de mi barrio", pensó la
inminente biógrafa, sintiendo la fuerza irreal del momento
Guevara se mostraba como un líder implacable. Capaz de
caer de sorpresa en las fábricas cubanas y pedir el registro para ver el grado
de ausentismo. "Les pido que no usen las horas de trabajo revolucionario
para ausentarse de la fábrica -les ordenaba-. Tienen que hacer las dos cosas,
si no este país no saldrá adelante."
Esa
severidad revolucionaria se verificó en la relación con sus padres. Hay una
carta que es de algún modo una despedida: "Los he querido mucho, sólo que
no he sabido expresar mi cariño, soy extremadamente rígido en mis acciones y
creo que a veces no me entendieron". Revela Lucía que cuando su madre, que
ocultaba un cáncer, le escribió con la intención de anticiparle una visita a
Cuba, el Che la frenó en seco: estaba a punto de partir al África en plan
revolucionario. "No le dijo que se estaba muriendo. Y él no intuyó lo que
estaba sucediendo porque ella era demasiado fuerte para permitir que se notara.
Pero en todo caso, un hombre suficientemente motivado para abandonar un hogar
feliz, una esposa que lo amaba y sus pequeñas hijas, un país en el que era un
héroe nacional, y donde tenía amigos y era influyente, para volver a ser un
soldado, probablemente no hubiera cambiado sus planes aun si hubiera sabido lo
enferma que estaba su madre."
En 1990
Lucía Álvarez de Toledo estaba en Jujuy. Formaba parte del equipo de la
coproducción de una película hecha con fondos argentinos y británicos. Al
finalizar el rodaje, cobró cinco mil dólares en efectivo y cruzó la frontera
con los billetes escondidos en un cinturón bucanero. Era Corpus Christi y 14 de
junio, día del nacimiento de Ernesto. Esperando al cónsul, sin atreverse a
decir que su propósito consistía en seguir la ruta de los guerrilleros por la
selva boliviana, se topó con unos guevaristas que trabajaban en una
veterinaria. Ellos avisaron a la central obrera de Bolivia para que le dieran
una mano. Después el cónsul le presentó a un chofer veterano que no hacía
preguntas. Lucía hizo esa travesía con los ojos del Che. El horno, el área del
campamento, la casa, los parajes. " En
la noche de luna, lo vemos a Ernesto montado en su mula. " Llegó finalmente a
Vallegrande, la pequeña ciudad colonial adonde trasladaron el mítico cadáver:
allí de regreso conocería al fotógrafo que tomó aquella imagen póstuma del Che
y que fue publicada y republicada por todos los periódicos del mundo durante
décadas. Jamás había cobrado regalías por ese servicio; seguía viviendo de una
manera extremadamente humilde.
Lucía
durmió en una pensión precaria de Vallegrande. Y por la mañana compró un kilo
de mandarinas y se subió a un camión de obreros. En Pucara le ofrecieron una
sopa caliente y calórica; los obreros bajaron y una mujer con parientes en La Higuera se coló en el
camión. Llegar hasta esa aldea que figura en los libros de historia era, hasta
hacía muy poco, sólo posible a lomo de burro. Ahora había un camino estrecho y
mísero. La mujer conocía a toda la comunidad y logró que por fin le abrieran la
escuelita: dos habitaciones chicas y un banco de madera, y en la pared, contra
la que se apoyó el más famoso guerrillero de todos los tiempos para que el
ignoto sargento Terán lo fusilara, había un cartel: Aquí se queda la clara, la
entrañable transparencia, de tu querida presencia, comandante Che Guevara .
"Este tipo salió de mi
barrio", pensó la inminente biógrafa, sintiendo la fuerza irreal del
momento. Entonces Lucía, que jamás sueña ni llora, le regaló las mandarinas a
unos chicos y se sentó en un banco a llorar..
Más allá del sesgo conservador del diario que publica el informe, se manifiesta en toda su dimensión el reconocimiento de la coherencia de vida y estatura moral del auténtico revolucionario.
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