Trump hace un flaco favor a Peña Nieto, al experimentar en México los
límites de su política.
La historia es, en muchas ocasiones, cíclica. En las primeras décadas
del pasado siglo encontramos un momento parecido al presente cuando las
democracias desaprovecharon su victoria sobre Alemania. Luego, llegaron los
hijos del crash del 29. Por un lado, Adolf Hitler y, por el otro, Franklin D.
Roosevelt que, junto a Stalin y Churchill, reconfiguraron el mundo con otra
guerra total y más de 50 millones de muertos. Pero antes de la invasión nazi de
Polonia, España fue el ensayo general de aquella brutal y salvaje contienda en
la que salió a pasear lo peor de cada casa.
Ahora, en este siglo XXI, si queremos entender en una comparativa
histórica lo que Donald Trump pretende hacer con el mundo, hay que darse cuenta
de que México se ha convertido en su España, un territorio en el que se
decidirá un juego en el que los chinos están presentes y los rusos ausentes y
en el que, además, el magnate neoyorquino amenaza con acabar con los tratados
de libre comercio, incluso antes de llegar al poder. Quedan 11 días para que
jure su cargo como presidente de Estados Unidos y, sin embargo, los daños y la
política de tierra quemada en su relación con México son innegables.
No sé por cuánto tiempo el establishment estadounidense seguirá
permitiendo a su futuro presidente —elegido democráticamente— que ponga todo en
peligro. No sé por cuánto tiempo dejará que el napalm que sale de su cerebro y
vuela a lomos del pájaro azul de Twitter siga perjudicando los resultados de
Lockheed Martin, una de las empresas de armamento más importantes del mundo,
algo que resulta tan grave como perjudicar las cuentas del Pentágono y de los
militares que han servido y seguirán sirviendo a Estados Unidos, durante y
después de Trump.
Tampoco sé por cuánto tiempo Xi Jinping, el líder chino, podrá aguantar
los desafíos que ponen a prueba el verdadero poder y la madurez de China, un
país que tiene en sus manos la estabilidad financiera del imperio del Norte.
Pero lo que sí sé es que Trump está haciendo un flaco favor al presidente de
México, Enrique Peña Nieto, al experimentar en el territorio vecino los límites
de su política e impulsar los peores y más bajos instintos de la América blanca
que le votó, algo que nadie había tenido el valor de hacer hasta ahora.
Justo cuando todavía estaba caliente la decisión de Ford —obligada por
Trump— de suspender la instalación de su nueva planta en San Luis Potosí,
terminando con la posibilidad de crear 3.000 empleos directos y 10.000
indirectos, Peña Nieto cogió su bolígrafo y designó a su hombre de mayor
confianza —a su otro yo— como secretario de Relaciones Exteriores. Y no es que
Luis Videgaray y Enrique Peña Nieto, Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray
cabalguen juntos, sino que son un binomio que, en un momento de máxima tensión
colectiva y de sentimiento de ofensa y humillación social, aceptan el desafío
de poner orden desde la cancillería a los experimentos de Trump en México.
Sin duda, será apasionante observar lo que ambos harán a partir de
ahora. No sabemos si negociarán con un Trump que no negocia ni con su propia
gente ni con su partido o si, por el contrario, entenderán que el nuevo
presidente de EE UU ha declarado la guerra a México y no importa si el Estado
mexicano no la quiere porque esa guerra ya ha empezado. Si es así, será
necesario buscar alianzas que puedan compensar, por una parte, el espíritu de
“América para los americanos” que Trump está sacando a pasear, y, por otra, el
principio que China defiende con “Asia para los asiáticos” y, en medio, un
jugador que espera hacer jaque mate con todo esto y que, sin duda alguna, fue
el hombre del año 2016: Vladímir Putin.
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