La brecha entre los ciudadanos y la clase política de la región se ha
agrandado en los últimos siete días.
La protesta de la oposición venezolana, del 1 de septiembre. FEDERICO PARRA (AFP)
LUIS PRADOS/EL PAÍS
"Los grandes países de América Latina son en general un éxito
como nación y un fracaso como Estados, al contrario que España, donde
el Estado funciona razonablemente bien pero carece de relato de
nación". Esta idea del historiador español afincado en México, Tomás
Pérez Vejo, me ha venido a la memoria en una semana en la que el nuevo
fracaso de la clase política española para formar Gobierno, la polémica
visita de Donald Trump a México, la controvertida destitución parlamentaria
de Dilma Rousseff la multitudinaria manifestación de la oposición
contra el presidente Nicolás Maduro en Caracas y la culminación del
proceso de paz en Colombia han marcado la agenda.
El inexplicable gesto de invitar al
gran demagogo gringo ha servido para que se compare a Peña Nieto nada menos que
con el general Antonio López de Santa Anna.
Todos esos acontecimientos, en cierta manera y con sus
propios matices, han situado a los gobernantes, como representantes del
Estado, y a los ciudadanos, como expresión de la nación, en lados
distintos del camino.
Desde fuera, asombra la incapacidad de los políticos españoles para llegar a acuerdos sobre problemas acuciantes como el desempleo que roza el 25%, el doble entre los jóvenes, el independentismo de las autoridades de Cataluña o el envejecimiento de la población, por citar sólo tres, después de más de nueve meses de intolerancia y frivolidad de sus dirigentes, un espectáculo cansino que presumiblemente será castigado por los votantes en unas nuevas elecciones.
En el caso de México, la visita de Trump en vísperas de que se celebre El Grito de la Independencia, no sólo es una catástrofe en relaciones públicas para el presidente Enrique Peña Nieto, sino que probablemente introduzca el tema de la recuperación de la dignidad nacional en la carrera por la presidencia de 2018. El inexplicable gesto de invitar al gran demagogo gringo ha servido para que se compare a Peña Nieto nada menos que con el general Antonio López de Santa Anna, responsable en 1848 de la pérdida territorios mexicanos que hoy forman parte de Estados Unidos y del que, salvo desmentido de Google, no debe existir una sola estatua en toda la república. También ha debilitado gravemente al PRI, un partido indisociable de la historia de México en el último siglo, en una de sus principales señas de identidad.
Desde fuera, asombra la incapacidad de los políticos españoles para llegar a acuerdos sobre problemas acuciantes como el desempleo que roza el 25%, el doble entre los jóvenes, el independentismo de las autoridades de Cataluña o el envejecimiento de la población, por citar sólo tres, después de más de nueve meses de intolerancia y frivolidad de sus dirigentes, un espectáculo cansino que presumiblemente será castigado por los votantes en unas nuevas elecciones.
En el caso de México, la visita de Trump en vísperas de que se celebre El Grito de la Independencia, no sólo es una catástrofe en relaciones públicas para el presidente Enrique Peña Nieto, sino que probablemente introduzca el tema de la recuperación de la dignidad nacional en la carrera por la presidencia de 2018. El inexplicable gesto de invitar al gran demagogo gringo ha servido para que se compare a Peña Nieto nada menos que con el general Antonio López de Santa Anna, responsable en 1848 de la pérdida territorios mexicanos que hoy forman parte de Estados Unidos y del que, salvo desmentido de Google, no debe existir una sola estatua en toda la república. También ha debilitado gravemente al PRI, un partido indisociable de la historia de México en el último siglo, en una de sus principales señas de identidad.
Más compleja es la situación en Brasil donde se dan la mano la crisis económica y la política. La traumática destitución de una presidenta elegida en las urnas por un procedimiento parlamentario pone en cuestión para parte de la opinión pública la legitimidad del Ejecutivo de Michel Temer al tiempo que ensancha la brecha entre gobernantes y gobernados, dejando a la mayoría de estos últimos en la orfandad política.
La masiva manifestación de la oposición del jueves en Caracas
prueba con mayor claridad que nunca el aislamiento y la mentira de un
régimen que sigue considerándose a sí mismo único intérprete de la
voluntad del pueblo venezolano mientras que Colombia, con la firma de la
paz, viaja en dirección contraria en un extraordinario y generoso esfuerzo
plagado aún de incertidumbre hacia la integración y la reconciliación
nacional.
La discusión sobre la legitimidad del poder y la construcción de
la nación, dos desafíos que han gravitado sobre la historia
contemporánea de América Latina, han vuelto a ponerse de manifiesto en los
hechos de una semana que pueden determinar el porvenir de la región.
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