El juez que lidera
la mayor investigación anticorrupción de Brasil es un "héroe" para
unos y un "golpista" para otros.
São Paulo 19
MAR 2016 - 17:46 ART
"Sérgio Moro, orgullo de Brasil". "Sérgio Moro
golpista". "Somos todos Sérgio Moro". "Sérgio Moro,
Judas". Las pancartas que salieron a las calles los últimos días son un
ejemplo de la polarización que reina últimamente en Brasil. Nadie se pone de
acuerdo sobre cómo salir de esta crisis política, que evoluciona cada vez más acelerada, y tampoco sobre
el carácter del juez que se ha vuelto protagonista de la crisis. Populista,
dicen unos. Héroe justiciero, dicen otros.
Los pocos datos indiscutibles sobre el magistrado son que nació en 1972
en Maringá (Estado de Paraná, sur de Brasil), que está casado y tiene dos
hijos, que es doctor en Derecho y estudió en Brasil y en Harvard, que ejerce de
juez desde 1996. Y que su nombre empezó a estar en boca de todos desde marzo de
2014, cuando asumió el caso Lava Jato, la investigación sobre los sobornos
de Petrobras, el mayor escándalo de corrupción de la historia brasileña. Opera
desde la tranquila Curitiba, en Paraná, el Estado donde estalló el polvorín.
Allí, el lobista Alberto Yousseff reveló la existencia de un club de
empresarios que se repartía un porcentaje de las obras de la petrolera con
políticos destacados. Fue una delación premiada,
un acuerdo con la Justicia para confesar a cambio de rebajas en la condena lo
que Moro ha usado repetidamente para obtener información. Así ha hablado, por
ejemplo, el senador Delcídio do Amaral, que aseguró que la presidenta Dilma
Rousseff y al expresidente Lula da Silva (sus compañeros del Partido de los
Trabajadores) conocían y permitían la corrupción en Petrobras.
Decenas de
empresarios y políticos, la élite de Brasil, los más poderosos, han ido a la
cárcel o están siendo investigados en la Operación Lava Jato que comanda Moro.
Las interminables investigaciones (ya van por la fase 24) han tocado todos los
partidos pero especialmente al PT, que gobierna desde 2003. Los simpatizantes
de Moro ven en su trabajo un justiciero que va a por todas. Sus detractores, un
hombre hambriento de poder y reconocimiento que difunde en los medios cada
nueva sospecha o cada escándalo.
El giro más inesperado de las investigaciones, el que le ha valido más
críticas a Moro por populista, fue el 4 de marzo. Ese día, a las 6 de la
mañana, la Policía Federal registró por sorpresa la casa de Lula y se lo llevó
a declarar por supuesta corrupción. La imagen del expresidente más
carismático de la historia reciente de Brasil conducido a un interrogatorio,
rodeado de policías, encendió los ánimos. La petición de prisión preventiva de
la Fiscalía los incendió.
Lula aceptó ser ministro de la Casa Civil, con lo que
quedó aforado y pasó a responder ante el Supremo Tribunal Federal, fuera del
alcance de Moro. La respuesta fue impactante. Divulgó escuchas telefónicas para
demostrar que lo que pretendía el político era rehuir a la Justicia y evitar la
cárcel, y comparó la situación al caso Watergate, en el que el expresidente
estadounidense Richard Nixon renunció acusado de intentar obstruir
investigaciones. Por si fuera poco, el Supremo anuló el nombramiento de Lula
este viernes por la noche. Moro vuelve a tener en sus manos el destino de Lula.
A la espera de más novedades, Brasil se pregunta si Moro acabará en
algún momento su investigación y se retirará discretamente, como Joaquín
Barbosa, el anterior investigador anticorrupción estrella, o si
habrá, como se comenta en los círculos políticos, un Moro candidato.
Popularidad no le falta. La supermodelo brasileña Gisele Bundchen publicó esta
semana una foto en que parece que está meditando junto a una bandera de Brasil.
Lo acompañó con una cita del juez. "La democracia en una sociedad libre
exige que los gobernados sepan lo que hacen los gobernantes #porlademocracia
#cambiaBrasil #bastadecorrupción".
No hay comentarios:
Publicar un comentario