Acabado el ‘boom’
de las materias primas, las recetas para volver a crecer con fuerza pasan por
dinamizar las economías domésticas de la región.
Ampliación del canal de Panamá
Durante la década pasada,
Latinoamérica ganó un buen número de partidas en el gran juego de vasos
comunicantes de la economía global. La región creció con fuerza a lomos del
boom de las materias primas. La lluvia de capitales extranjeros sirvió para taponar
las viejas grietas en las cuentas públicas. Florecían nuevos puestos de trabajo
y el ensanchamiento de una incipiente clase media encarnaba la promesa del fin
de la pobreza para más de 150 millones
de personas. Pero los vasos han ido cambiado de posición. En
2015 el crecimiento volverá a menguar por quinto año consecutivo hasta quedar
por debajo del 1%, según los pronósticos del Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El argot económico, tan dado a colocar etiquetas con cada cambio de ciclo, ya
tiene un nombre para estos tiempos: la Gran Desaceleración.
Ha desaparecido del tablero el maná de las materias primas a
precios altos. La gran culpable es China, una de las fichas más
potentes del juego. Ha bajado el ritmo de bombeo para su industria y su próxima
misión es engordar su mercado interno. La locomotora asiática ya no será la
palanca para las exportaciones épicas de años pasados. Mientras, Japón y Europa
aún están encontrando el pulso en sus muñecas y parece que la onda expansiva de
la revitalización de la economía estadounidense, cada vez más autosuficiente, alcanzará
solo a los vecinos más cercanos.
Tres de las primeras potencias de la región
–Brasil, Argentina y Venezuela– cerrarán el año en negativo.
El vaso latinoamericano está ahora
medio vacío. Las previsiones en el horizonte cercano apenas superan el 2%, una
coyuntura que también ha sido bautizada con otra etiqueta: la Nueva Normalidad.
Recuperar la senda del crecimiento vigoroso es un camino incierto y lleno de
obstáculos. Las fórmulas aplicadas en el pasado dan síntomas de agotamiento. Ya
no basta con ser el granero y el pozo petrolífero del mundo. Los analistas
coinciden en que será necesario un paso adelante. Complementar sus motores
exportadores con nuevos nichos de crecimiento basados en un dinamismo mayor de
sus economías domésticas.
Una tarea complicada si por el camino
no se logra incluir dentro del sistema a los
130 millones de trabajadores –casi la mitad fuerza laboral de
la región– que están en la sombra de la informalidad y reducir la enorme brecha
de pobreza y desigualdad. Para cerrar el nuevo círculo de malabares no habrá
que perder tampoco de vista el equilibrio de las cuentas públicas y elevar la
productividad en el mercado de trabajo. Mejorar y extender el sistema educativo
y apostar por la innovación y la tecnología para competir con más habilidad en
este mundo de vasos comunicantes.
La nueva brecha Norte/Sur
En el nuevo paisaje, esa nueva
normalidad, aparece marcada una línea divisora que atraviesa los 22 millones de
kilómetros cuadrados –el 10% del PIB mundial repartido en una treintena de
países– de la región. La brecha separa a las economías exportadoras de materias
primas de las demás. Las commodities llevan deslizándose por una pendiente desde mediados del
año pasado. El petróleo se ha desplomado casi 50%. Los metales han
caído otro 20% y los cereales, un 17%. Esta división coincide además con una
distribución geopolítica de Norte/Sur. “Se ve una dualidad entre productores,
conectados a China, que en su mayoría están en Sudamérica y crecen a tasas más
bajas; y no productores, con más peso de las importaciones y conectados con EE
UU”, apunta Samuel Pienknagura, economista investigador del Banco Mundial.
Tres de las primeras potencias de la
región –Brasil, Argentina y Venezuela– cerrarán el año en negativo. Brasil atraviesa
la peor recesión en más de dos décadas, con aumentos de su deuda pública y el
crédito atascado. Venezuela caerá un
7% ahogado por su alta dependencia del petróleo, severos problemas de
abastecimiento y la inflación más alta del mundo. Y Argentina, el tercer
exportador de soja del mundo, vive enfangado en una disputa con sus antiguos
acreedores.
En la parte alta de la balanza se
coloca México, que pese a su condición de potencia petrolera, supera la media
de crecimiento de la región espoleado por el tirón de la demanda de EE UU. Esta
misma inercia favorecerá a los países de América Central y Caribe, que aprovecharán
también la rebaja en la factura de sus importaciones de crudo (entre tres y
cuatro puntos del PIB solo este año, según el FMI), además de recibir a los
turistas estadounidenses con los bolsillos cargados de dólares fuertes
dispuestos a dejarlos en las playas del Caribe.
Amortiguadores
La recuperación estadounidense y la
anunciada subida de tipos por parte de la Reserva Federal –prevista para junio–
se traducen también en serios contratiempos. Los seis años de dieta blanda en
la política monetaria de EE UU sirvieron de incentivo para el viaje de
importantes flujos de capital rumbo a los puertos latinoamericanos con jugosas
rentabilidades. Pero el dinero ha empezado a tomar el camino de vuelta y la
proverbial susceptibilidad de los inversores se ha traducido en una fuerte
volatilidad en gran parte de los mercados de deuda, divisas y renta variable.
Especialmente en las plazas más
globalizadas como Brasil y México. “La mejor protección es actuar con mucha
anticipación. Los bancos centrales de la región tienen que empezar a subir
tipos ellos también para no perder competitividad en sus mercados de bonos y,
con ello, reducir la sangría de divisas. Por supuesto, el ajuste tiene que ser
mayor en aquellos países que más las bajaron, como México o Chile”, aconseja
Alfredo Coutiño, Economista-Jefe de Moody’s Analytics para América Latina.
La fortaleza del dólar ha provocado
además que en el baile cambiario la mayoría de las monedas hayan caído unos
cuantos escalones –una depreciación en torno a un 20% de media– en lo que va del
año. Este abaratamiento puede servir como revulsivo para las exportaciones,
pero tiene su reverso tenebroso en la presión al alza de la inflación, uno de
los viejos fantasmas del continente.
Cuidar la salud de las cuentas
públicas
Pese a las turbulencias que se
avecinan, en términos generales, la región presenta unos cimientos robustos.
“Con respecto a 1990, las economías latinoamericanas están más protegidas
frente a los choques externos. Han aprovechado los años de bonanza para
recomponer sus pasivos, pagar desdolarizar su deuda externa, financiar su
déficit con flujos de inversión extranjera y acumular reservas”, explica el
analista del FMI Hamid Faruqee. Las sacudidas de la crisis financiera de 2008
agitaron las columnas, pero los termómetros más fiables, como la deuda pública
y el déficit, se mantienen en niveles contenidos. Solo se acerca al rojo la
balanza por cuenta corriente –el equilibrio entre entradas y salidas– de
algunos exportadores de materias primas como Colombia (-5%) y Brasil (-3,9%)–.
La región ensanchó la manguera del
gasto como medicina ante la última crisis. Pero esa bala parece difícil que
pueda volver a utilizarse. “América Latina va a tener que afrontar el inicio
del final de la era del dinero barato y abundante”, resume el analista de
Moody’s. El peso el gasto público en la región es reducido, en gran medida por
los agujeros en los sistemas de recaudación fiscal de la mayoría de los países.
La media en Latinoamérica es del 30%, por el 41% de la OCDE.
Inversión en infraestructura y
educación
“Hay que invocar más que a la
austeridad, a la selectividad. Se trata de que el Estado haga un gasto
productivo en capital humano y establecer un entorno para la actividad privada
más efectiva, con más incentivos para la innovación. Cada país debe encontrar
sus nichos, sus motores domésticos para crecer”, dice Samuel Pienknagura,
investigador del Banco Mundial. El apartado de las infraestructuras es una de
las vetas. La inversión en este campo ha sido una de las grandes olvidadas –apenas
un 3%– durante la época de bonaza.
Industrias pujantes, como la
automotriz en México o la textil en Colombia, también marcan el camino. “La
clave para salir de la mediocridad está en acelerar reformas que produzcan
cambios estructurales profundos para que se conviertan en polos de atracción
para la inversión. Entre las reformas de mayor impacto económico están:
energética, financiera, fiscal, educativa, y laboral”, apunta Moody’s.
La Comisión Económica para América Latina de las
Naciones Unidas (CEPAL) lleva tiempo alertando de que es la región del mundo
con un mayor desajuste entre la oferta y la demanda de competencias en el
mercado laboral, lo que desencadena a su vez una elevada informalidad. Apostar
por mejorar los sistemas educativos significa, por tanto, avanzar hacia un
crecimiento más inclusivo, capaz de reducir los niveles de pobreza y
desigualdad.
Pese al aumento significativo en los últimos años
tanto en inversión como en acceso, el gasto público por un estudiante de
secundaria representa el 18% del PIB per cápita, mientras que la media de la
OCDE es del 26%. América Latina es la segunda región más desigual del planeta
solo superada por África Subsahariana. La batalla contra la pobreza ha
registrado estos años un estancamiento tras una tímida
mejora en última décadas de los 90 y los 2000 según el CEPAL.
El porcentaje de personas con ingresos inferiores al umbral de la pobreza supera
el 28% desde hace tres años.
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